Hubo una vez un hombre tan furioso y agresivo que se ganaba enemigos por donde pasaba. Si era al mesero de un restaurante cualquiera, lo increpaba de malos modos porque la cerveza no estaba realmente fría, porque su porción de papas era muy pequeña, o por cualquier razón. Insultaba a todo el mundo enmedio de los embotellamientos de tráfico, vociferando y agitando las manos.

Un día, otro conductor que era peor que él, se hartó de oirlo, bajó de su auto y le encajó un balazo en el pecho. Milagrosamente, no murió, aunque los médicos juzgaron peligroso extraer la bala y decidieron dejarla alli, dentro de su cuerpo. Sus familiares suponían que después de esta experiencia suavizaría sus modos y así fue...durante un par de semanas.

La bala se movilizaba unos milímetros cada vez que el tipo enfurecía. Cada insulto hacia su mujer, un milímetro. Cada grito a sus hijos, otro milímetro. Y pasaron algunos años. La bala estaba por llegar al corazón!
Un día se lió a golpes con un vecino, y fue tanta la rabia y la ira, que la bala siguió avanzando y por fin llegó al corazón. Pero el corazón de este hombre era correoso, negro y duro y la bala quedó atascada, sin lograr perforar el tejido.

A partir de entonces, cada berrinche, cada exabrupto, le provocaba una gran angustia, una gran tristeza...y hasta dolor de pecho y el individuo no se explicaba lo que le ocurría. Le comentó a la madre, que era la única persona que lo amaba, el fenómeno tan extraño que estaba viviendo.

"Hijito, sin duda el Señor ha tocado tu corazón para hacerte más bueno, más amoroso, ya has tomado conciencia de que no es bueno andar por el mundo lleno de rabia, alabado sea el Señor!"

Y el tipo se lo creyó y se sintió especial, tocado por el Espíritu Santo, como le decía su mamá.