Todos ellos habían llegado al mundo fuera de los parámetros de la “normalidad”.
Sus familias habían sobrellevado por mucho tiempo el padecimiento de sutiles o explícitas segregaciones y de mezquinas comparaciones, sintiéndose forzados a criarlos protegidos y semi aislados en la discreción del hogar.
Ninguno cumplió las expectativas sociales. Ninguno se convirtió en un ciudadano productivo, ninguno de ellos fue reclutado para formar parte de partidos políticos, ni religiones, ni equipos de futbol. Nadie fue seducido a ingresar al mundo exitista de las cuentas bancarias y las tarjetas de crédito. Ninguno de ellos fue digno de formar legítimamente parte del SISTEMA.
Ellos formaban parte, por derecho de nacimiento, del mundo de las divergencias.
Sin embargo, afortunados sucesos y ciertas políticas acertadas de inclusión social, hicieron posible que ellas y ellos se reunieran en un espacio de encuentro y autocuidado, donde sus singularidades pasaron de ser una incómoda falla de sistema a una conjunción de notables excentricidades.
Cada uno de ellos, por sí mismos, eran individuos que valía la pena conocer. Bellos heptágonos, desencajados en una sociedad de triángulos y cuadrados: Lidia, el almanaque viviente, que conocía cada efeméride del calendario y miles de fechas de cumpleaños. Mauro, el enorme niño perpetuo, de mirada dulce y rostro octogenario. Silvia, la de belleza invisible, la eterna doncella enamorada. Luisa, una hobbit de voluntad inquebrantable que veneraba la puntualidad. Wilson, cuya industriosidad en la fabricación de sobres de papel lo hacían legendario…y había otros.
Pero verlos juntos era -para los ojos de un ciudadano más que promedio- la evidencia innegable de que el todo es más que la suma de las partes, una sinergia de peculiaridades capaz de crear un mundo inédito y fascinante. Verlos interactuar, con su lógica extravagante, sus conversaciones insólitas y su extraño sentido del humor, era deleitarse conviviendo con un grupo de personajes del País de las Maravillas. Envidiablemente auténticos, honestamente felices o sinceramente tristes.
Podría decirse que, cuando estaban juntos, compartían su propio código de comunicación, pero que no excluía a quienes no pertenecían a sus especie…sino que los incluían, con generosidad y desinterés.
Sin duda, los divergentes tenían un muy distinto , y envidiable, sentido del tiempo y de la vida.
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