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Inicio / Cuenteros Locales / rolandofa / ¡AY, CARMELA! ¡CUÁNTO AMOR!

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Cuando se fue, nadie lo supo hasta el día siguiente. Se tejieron varias hipótesis. Aquel domingo, esperado como uno de fiesta, de parientes y mesas tendidas en el gran patio bajo la sombra del parral, fue un día triste. Ese domingo dejaría en mí preguntas sin respuestas. Su partida alteraría los ánimos de muchos; algunos callaron, a otros no les importó.

Cuando se notó su ausencia, mi padre preguntó por ella, alguien fue hasta la pieza para ver si aún seguía dormida. Otros fueron a buscarla por el patio, los corrales y los gallineros con la esperanza de hallarla alimentando los animales o en otras tareas. Al regreso de la búsqueda, nos enteraríamos que había partido. Su ropa ya no estaba en el ropero que mi madre destinara para las muchachas.

Ansioso y nervioso, mi padre caminaba por el patio tratando de encontrar explicaciones, Salió a buscarla; primero, a la casa del tío. Después, a la de otros parientes y amigos. La repuesta fue la misma.
- Hace días que no la vemos.

Mientras esperábamos su regreso, junto a mi madre que lloraba sin parar, alguien se atrevió a suponer.
- Quizás se haya ido con el José.
Mi madre abrió los ojos y no descartó la posibilidad. Calló y pidió que a mi padre no se le mencionara eso. Asentimos y seguimos suponiendo en miles de posibilidades que no cerraban con la realidad.

Mi padre desmontó con parsimonia, fue hasta mi madre y la abrazó mirándonos. Casi con resignación y dolor se le alcanzó a oír.
- La Carmela no está por ningún lado.

Mis hermanos y yo los dejamos solos. Más tarde, cominos en un silencio que dolía, al ver a nuestros padres preguntándose.
- ¿Qué fue lo malo que hicimos para merecernos esto? Mientras rodaban lagrimas por sus viejos rostros.
Carmela era mi hermana; y aquel día creo que la odié por el dolor causado ya que había roto la armonía y el amor con el cual fuimos criados.

Nadie durmió la siesta, una silla de totora sostenía la esperanza de mi padre viéndola aparecer por el ensombrecido pasillo. Cuando el día parecía terminar sin novedad, alguien golpeó las manos. Desobedecimos y salimos corriendo al patio. Mi padre se adelantó y fue al encuentro de quien llamaba.
-Pase - dijo.
Nos hizo una seña para que entráramos, sin dejar de escuchar lo que el recién llegado le decía al viejo.
- Mire don Pedro, su hija está en mi casa. Es mi deber venir para hacérselo saber. Mi padre dio unos pasos, se detuvo y pidió detalles. El vecino, conociendo el genio de mi padre, agregó con prudencia.
- Su muchacha y el mío han sido novios desde hace mucho, por miedo a Ud. lo callaron y decidieron hacer las cosas mal.

Esperábamos la reacción de mi padre, conocíamos su manera de pensar y su temperamento gallego.
-Dígale a su muchacho que si quiere a mi hija, nunca más los quiero ver.

Mi madre intentaba revertir las palabras del viejo haciéndole entender al padre del José que eran sólo palabras, producto del momento; y con esperanza agregaba.
- ¡Ya se le va pasar! ¡Es cuestión de tiempo!

Cuando el hombre se marchaba, mi madre lo alcanzó. Más calmada, quizás quiso decir millones de palabras, pero únicamente se le oyó murmurar.
- ¡Dígale que la amamos!
Mis hermanos y yo nos miramos y lloramos a escondidas, nuestro padre no lo hubiese permitido y de seguro diría.
- ¿Dónde está el honor y el respeto?

Mi madre tendría razón. Ella la conocía, era parte de su vientre y su sangre. La espera no había sido en vano. En abril sucedió el milagro. Después de casi un año se revertiría la historia. En cuchicheos repartíamos la noticia.

Era el cumpleaños del viejo y teníamos todo preparado para la sorpresa. No sin miedo, nos atrevíamos a ello. La mesa recibió a todos: abuelos, tíos, primos… La abuela aconsejaba sabiamente a mi madre y no escatimaba oportunidad de hablar con mi padre. No sabía de qué, pero intuí que nada bueno pasaba entre ellos.

Se brindó y después de muchos besos y de buen vino, mi padre ya estaba listo. Flaqueaba su seriedad y se divertía oyendo ocurrencias e historias. Lo vi feliz y me sentí feliz por él, mi madre pidió la palabra. Primero, exaltó las virtudes del viejo haciendo hincapié en los años que andaban juntos. Después habló de los hijos y de cuando partiríamos buscando nuestro destino. Luego, ya más atrevida, brindó por los presentes y con dolor murmuró.
- ¡Por las ausencias!
Mi padre advirtió en las palabras su pena y la abrazó.
Era el momento. La abuela alentó a mi madre. Tomó la mano del viejo, él se dejó llevar, mi madre le tapó los ojos.

La luz de la pieza estaba apagada, todos detrás esperamos el milagro. Prendieron la luz y entraron juntos, le pidió con cariño mi madre.
– ¡Abrí los ojos, viejo!
Sobre la cama desperezaba sueños un hermoso bebé.
- Tu nieto- señaló con firmeza y amor la voz de mi abuela.
EL viejo intentó un berrinche; la nona lo miró y se calmó. Mi madre tomó en brazos al bebé y abrió la frazadita con esa ternura que en ella andaba siempre rondando su alma buena. Miró a mi padre y agregó.
- ¡Mirálo, viejo! Tiene el color de tus ojos.
Expectantes, esperamos el desenlace. Mi abuela empujó a mi padre, él extendió sus brazos y lo acercó a su pecho, miró a todos, le hizo unos mimos y ansioso preguntó.
-¿Dónde está mi Carmela?

Texto agregado el 26-08-2017, y leído por 317 visitantes. (28 votos)


Lectores Opinan
06-07-2018 Qué precioso cuento. Me duele en el alma saber que ahora solo contarás retazozs de tu vida a los ángeles a a los cuenteros que se nos anticiparon. En tu honor leeré este cuento esta noche en la radio. descansa en paz compañero. Siempre te recordaré. avefenixazul
21-09-2017 Una muy buena historia de amor . Y de esas bien contadas. Saludos Deojota51
16-09-2017 buena historia, saludos. riema
31-08-2017 Excelente cuento, actual y viejo a la vez, porque eso sucede, sucedió y sucederá por los siglos. Saludos ome
31-08-2017 Muy linda historia y siempre es actual....cualquiera por rudo que parezca, se pone tierno mas con un BB, y mas si es de su "sangre"..Excelente relato..saludos lorogrande
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