Debido al color de sus paredes una tenue luz verdosa se proyectaba hacia el interior de la hermética prisión. No había ruidos, apenas murmullos lejanos.

En el obligado encierro los días transcurrían pesados, tediosos. Sin embargo, de forma sigilosa, se gestaba una rebelión profunda, organizada y sistemática. Casi indetectable para el exterior.

Desde sus celdas individuales unas a otras se susurraban palabras de aliento para no desfallecer. La libertad, el sol, el roce de la brisa, no estaban lejos. Parecía imposible pero había que romper esas paredes.


Un crujir imperceptible,

¡La primera!

y con ella,

al fin estalló la Primavera.



M.D