La perfección parece instalarse como ideal de vida. La palabra "deberías", la culpa y las normas ejercen una tiranía difícil de soportar. El éxito es obligatorio. Este agobio genera temores; a veces surgen mecanismos de defensa que desencadenan trastornos psicológicos o fugas en sustancias, relaciones y conductas adictivas.
El ideal de la perfección se introduce en la mente provocando ansiedad.
El resultado es que permanecemos defectuosos de por vida, pero en compensación, generamos un trastorno llamado ansia de perfección que pretende sanar nuestro desajuste y las repercusiones existenciales.
Pero ese interés por analizar nuestros problemas existenciales provoca nuevos problemas: baja autoestima, complejo de inferioridad, necesidad de aprobación por parte de los otros, exigencia excesiva con uno mismo y con los demás.
El ideal de la perfección nos aleja de nuestra propia realidad limitada, produce esquemas mentales como el de no fallar, querer tomar decisiones sin errores, pretender que la vida transcurra sin decepciones, engaños, ni frustraciones.
No permite acomodarse a la realidad tal como se presenta: defectuosa, imperfecta.
El ansia de perfección es fuente de codependencias, de obsesiones, de rituales compulsivos, de ansiedad, de trastornos alimentarios, de fobia social.
No lograr lo anhelado convierte al perfeccionista en un ser crítico, que no se permite vivir en paz, y que en ocasiones cae en adicciones para soportar su incapacidad de aceptación.
El drama existencial es la conciencia de la propia finitud. Somos un proyecto irresuelto. Pese a los esfuerzos, debemos soportar nuestras limitaciones.
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