Desde el día en que entraron a robar al boliche de al lado, en pleno día y con brutalidad farandulera, doña Milenka comenzó a atender el suyo tras una reja de seguridad, con una hoja de papel pegada a la vitrina de las cecinas que decía :
“Gritar aló. Por la delincuencia trabajo con reja”.
Sin embargo, pese a la barrera automipuesta, su almacén-panadería-cajavecina-librería-recargatelefono , oscuro y descaradamente desorganizado, era el punto de abastecimiento favorito de dueñas de casa, obreros de la construcción, escolares, borrachines y encuestadores perdidos.
Milenka era la preferida del barrio, aun cuando comprar lácteos o cecina en aquel emporio tercermundista era un verdadero acto de fe, un desafío a cualquier estómago, una muestra de que, en ocasiones, el buen corazón y generosidad del comerciante puede ser más importante que cualquier norma de higiene y manipulación de alimentos.
Quien se acercaba a comprar donde Milenka siempre se iba con más de lo que venía a buscar, porque mientras pesaba el pan, escuchaba las penas, consolaba y aconsejaba . Porque mientras hacía las recargas de teléfono a los cabros, los chucheteaba bien chucheteados para que no “cayeran en la pasta”. Porque a punta de chistes subidos de tono era capaz de sacarle una sonrisa a pescador cesante. Porque a diario fiaba a algún vecino de “la toma” aun sabiendo que jamás vería esa deuda saldada.
Milenka, la de nombre y carácter gitano, era una especie de vórtice poblacional, un centro energético que, aun sin estar consciente de ello, despertaba y nutría el espíritu colectivo de los vecinos que cada día atendía en su negocio, manteniéndolos sutilmente conectados a través de las profundas, triviales, dolorosas o festivas vivencias en común.
(de "Relatos Breves del Chile no Turístico" ) |