Mi padre, por razones profesionales, cambia de dispositivo móvil cada tanto. No depende de él. Es la empresa la que provee a sus trabajadores de un nuevo terminal periódicamente. Entiendo que tiene que ver con contratos con la empresa de telefonía y cuotas o compromiso de compra. No se muy bien cómo funciona eso.

A mí, un móvil es un artilugio que me seduce más bien poco. Y esto es algo que no he conseguido transmitir a mi padre desde que los móviles empezaron a convertirse en un apéndice de nuestra mano y en subsidiarios de nuestra memoria. Y no lo he conseguido a pesar de mi desinterés manifiesto cuando me enseña una nueva aplicación o me explica cómo descargar un mapa en modo 'sin conexión', o cualquier otra nueva operación del insondable mundo multimedia.

El caso es que, en ocasiones, transijo. Ante su entusiasmo por hacerme depositario de su móvil, no puedo negarme a aceptarlo y de esta forma sustituir el mío. Así que cuando él cambia de móvil, yo también lo hago.

Hasta aquí he explicado cuál es la dinámica cíclica de cambio de móvil. Ahora paso a relatar un hecho concreto acontecido hace unos meses.

De la manera descrita, un nuevo móvil vino a sustituir al anterior. Un día abrí el navegador para buscar alguna palabra cuyo significado no conocía y vi que el historial de búsquedas no había sido borrado. Sinceramente, no pude no echarle un ojo: 'restaurante la hoz', 'correos horarios', 'Inda e Iglesias informe UDEF'. Éstas eran algunas de las entradas registradas en el buscador. Todas remitían a cuestiones relacionadas con la actualidad o el ocio. Todas menos una: 'cómo desaparecer sin dejar huellas'.

Como decía, de esto han pasado ya algunos meses.