Pasaba de medianoche y daba cabezadas de sueño frente al teclado de la laptop, cuando Rosa Ana musitó a mi espalda:
-Apaga ese aparato y vete a acostar, ya te estás durmiendo.
-No es así- respondí un tanto molesto, por estar semidormido y que ella me hubiera descubierto.
-Si no dormías, ¿qué estabas haciendo?
-Probaba la elasticidad de mi cuello, con los ojos cerrados.
¿Ah, sí?... yo pensé que practicabas fútbol con la cabeza.
-No, en realidad meditaba y balancear la cabeza de esa forma ayuda para acceder a otros niveles de consciencia.
-De inconsciencia, querrás decir.
-Te equivocas. En el instante en que me hablaste, me encontraba recorriendo un llano extenso, verde, hermoso. Miraba asombrado a un dinosaurio, de ésos que tienen el cuello larguísimo.
-¿O sea que viajaste al pasado remoto de hace millones de años y viste un dinosaurio vivo? Eso sólo sucede en “Jurasic Park”.
-Miento. Tienes razón; realmente me encontraba yo en compañía de la tripulación del Apolo 11 cuando alunizaron.
-Eso sí te creo, que estabas en la luna o que eres un lunático.
-No, no estaba en la luna, sino en Marte; navegaba acompañado de un niño como de ocho años, en una barca que avanzaba plácidamente por las aguas tranquilas de un río.
-¡No me digas!, y respiraban un aire limpio, puro, sin necesidad de ninguna clase de traje espacial. ¡No te pases!, eso lo leíste en las “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury.
-No es cierto. Me quieres confundir. Lo que quise decir es que el niño que navegaba conmigo en aquella barca, era un niño moreno y semidesnudo que se llamaba Mowgli.
-¡Cálmate, Baloó! Kipling era un genio; pero tú, sólo eres un tarado mentiroso.
Ya más despierto, todavía me defendí:
-Espera. Ahora si te voy a decir la verdad de lo que viste. Movía la cabeza así, porque estaba discutiendo contigo en la cocina y te habías puesto como loca, me estabas aventando todo lo que encontrabas a tu alcance, ¡hasta el sartén!
-Pues algo grave me habrás hecho para que yo me pusiera así.
-De veras que no. Sólo te había tomado de la cintura por la espalda y mordido ligeramente en el cuello.
-¿Ya ves? Con razón me puse así; sabes que no soporto que me muerdas en el cuello. Además, si me abrazaste por la espalda, seguramente me asustaste.
-¿Y si en lugar de abrazarte por la espalda, lo hago ahora de frente y te beso en los labios, ¿también te vas a enojar?
-Claro que sí, porque ya es muy noche, tengo mucho sueño y lo que quiero es irme a dormir.
-Yo también quiero irme a dormir… pero contigo.
Tengo que admitir que mi estratagema improvisada no surtió ningún efecto, falló por completo. Rosa Ana se fue a dormir sin decir nada más. Y yo, me quedé a escribir estas notas disparatadas, entre cabezada y cabezada, antes de irme a dormir.
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