KABUM
III.
¿Han sentido una canción mientras su cuerpo involuntariamente comienza a moverse, como queriendo vencer un hábito milenario, o mejor: siendo algo semejante a un cuerpo en shock? A ustedes les parecerá sencillo bailar: a mí me cuesta demasiado, como me cuesta siempre embriagarme. Soy lo que dicen “un tipo duro”, sin mayores pasiones que puedan liberarse con el alcohol, o la música, o el baile, o cualquier combinación entre dichos estímulos. Y, sin embargo, en este momento hay una melodía que resuena en el laberinto de mi memoria y me hace mover lentamente, y me lleva con su fragancia a cualquiera de las caminatas habituales que con ella nos dábamos por esa vasta tundra, mientras el viento helado hería nuestros rostros y el calor de nuestras almas nos incineraba por completo:
All the leaves are brown (all the leaves are brown)
And the sky is grey (and the sky is grey)
I've been for a walk (I've been for a walk)
On a winter's day (on a winter's day)
II.
Tumbado en el suelo al interior de una celda y afectado por el caldo de narcóticos que le suministraban, Tzao se propuso imaginar el final de su fallido vuelo: surcando el terciopelo azul sobre el golfo de Bengala, mira su reloj y con premura toma el módulo de detonación dejándolo en el bolsillo de su chaqueta. Se retira de la cabina y entonces camina unos cuantos pasos, sin prisa, sintiendo el vértigo, hasta que alcanza el grupo de valijas. De repente un estallido ensordecedor lo expulsa de aquella imagen en el avión, trayéndolo de vuelta a la penumbra de su presidio.
Afuera hay una conversación sin sombra, un rumor leve que llega arrastrándose a sus odios dejándole la impresión de escuchar una voz familiar. La voz le hace saber que están preparando un enorme cadalso, pues quieren hacer de su muerte algo ejemplar, algo que a cualquiera que ose intervenir en los asuntos del Estado le haga sentir las consecuencias de la desobediencia, la necedad y la traición. Luego de esto la voz se apaga, y él, con sus ojos entornados y gracias a una luz oblicua que entra lamiendo la puerta, logra distinguir un trozo de papel con un inscripto que alguien le ha hecho llegar por debajo de la puerta de la celda. Hace reptar entonces su lastrado cuerpo y con las únicas falanges que le quedan logra leer:
(Xiânnü zuò)
(Andrómeda)
I.
La única prueba que hay en su contra es la declaración de su único cómplice: un viejo mecánico inescrupuloso que ha revelado los detalles de todo el plan. Pude leer la última parte de su registro no sin exponerme a que me descubrieran y me pudieran hacer lo mismo que le hacen a todos y todas:
“¡Se los juro, no tenía ninguna intención de traicionarles! Solo estaba actuando como una bestia enfurecida, temerosa y finalmente dispuesta a ningún propósito. No quería nada más que vengarse. Estaba adherido tan solo a esa afilada obsesión. ¿Es que acaso no lo entienden? Y, de todas formas: ¿esto no se trata acaso de su gran experimento de vigilancia y dominación? Ustedes nunca entenderán lo que significan palabras como honor, amistad, solidaridad, respeto, dignidad o amor, y por eso no podrán destrozar nunca nuestra voluntad (...)”
Tras el final de la grabación, tan solo me queda esperar la ejecución de la sentencia, que tomará lugar en La Plaza, alguno de los próximos días en presencia de gran parte de la Junta Suprema de Gobierno. Entonces la familia de Tzao, sus verdugos y todo el público que asista lamentarán, la oscura suerte que puede caberle a cualquier ciudadano ejemplar. Sin embargo, resulta algo siniestro que no puedan saber casi nada sobre las verdades ocultas tras la piel de este hombre. Ya quiero verle cuando nos descubran, si lo logran, al abrazarle y mirarle tan infinita como la galaxia de Andrómeda, mientras le canto al oído algo sobre esas hojas cafés y ese cielo gris que veíamos juntas en los días de invierno. El final de la historia no lo conoce nadie, pero resulta así: hay una explosión espectacular tras nuestro abrazo, como manifestación de un bello haikú. ¡Kabum! |