Rodeado por la oscuridad esta ahí, parado, esperando; con la espalda contra la pared. Las lagrimas llenas de odio obsesivo recorren sus mejillas, su barbilla, su cuello y pecho como si fueran una navaja girando; una navaja que rompe la piel. Los párpados se aprietan alrededor de sus ojos, el sudor se escurre por su sien.

Sus dientes crujen y rechinan como garras de acero. Crudas e intensas emociones se concentran dentro de él cual fuego vanidoso que va mas allá de la muerte en un reino que la mente no puede describir. Así es como sobreviviendo se encuentra, sobreviviendo a el liquido carmesí de lo que la sangre mortal representa.

Solitario en un cuarto, tan oscuro como la negra ceguera. El aire espeso, pesado; el aroma presente de la muerte. Tendencias macabras surgen de la nada y el respira de su mente plagada por almas en pena que han sido consumidas por la fría mano de las reglas oscuras y demoníacas.

El existe como un cuerpo vivo, vestido por la tela de la negra noche desde el santuario de su cielo temporal que lo salva; y es ahí donde el descansa.

Hasta el llamado de la media noche, cuando la lujuria por la sangre despierta el apetito y este perdura. El reino del terror ha sido despertado entre los chillidos de aquellos mortales que buscan salvación.

Sus dientes; filosos como navajas, resplandecen en la oscuridad de la media noche y la nieve cae pero esta queda afrentada con sangre. No hay remordimiento por sus acciones; mis acciones, el es aquel demonio que ronda las llanuras de tu suave piel. El es ese predador lujurioso por la sed de aquella sangre llena de pavor. Lagrimas carmesí caen de una mirada fría, ojos aterrorizados; manos lastimosas ruegan piedad, asiendo la esperanza de su último respiro.