Recuerdo una flor amarilla abierta como piernas de mujer excitada
que brillaba como estrella en mediodía,
entregada a mí sin fronteras ni adjetivos
extendida como playa sin límites
como la sonrisa de un niño sin plazos ni condición.

Todo era libertad en aquel verano de entonces
donde las humildes e inocentes tórtolas
picoteaban migas absortas de todo lo circundante
y el viento gritaba como toro enfureecido
o resonaba como techo pobre bajo la lluvia.

Recuerdo un pueblo vestido para la fiesta o el desfile
donde las madres olvidaban sus crías
y el sonido de las trompetas era el único aviso
para dejar todo sin preguntar por qué ni para qué
solo para ver la lluvia de siempre
que se enciende como lámpara
para hacer del invierno una primavera.