Rosemary es una adolescente de quince años próxima a cumplir los dieciséis. Es muy tímida e introvertida. Su alta estatura la hace parecer más grande de lo que es. Bella y de ojos azules, esto le trae problemas con sus compañeras, envidiosas, que la agreden y se burlan de su manera de ser ya que no era muy dada y parecía estar siempre ensimismada en sus propios pensamientos. Pese a esto, era muy buena alumna.
La muchacha tenía muy buena relación con su madre pero le ocultaba estos conflictos con sus compañeras. Su padre era muy dominante y hacía caso omiso de las quejas de su hija, ya que se había dado al alcoholismo y sabía tener reacciones violentas tanto con su hija como con su esposa. Rosemary tenía pesadillas recurrentes y soñaba que moría asesinada lo que la hacía sobresaltarse. Esas pesadillas, cada vez más frecuentes, se dan a las tres de la mañana, la hora opuesta a la muerte de Jesucristo. Una voz terrible proveniente de un joven muy apuesto hace que salga a la calle a tomar aire donde lo ve parado frente a ella. Quieto sin hacer ningún movimiento la observa…
Un estado compulsivo de furia se apodera de ella. Toma una piedras de la calle y las arroja violentamente contra las luces, los parabrisas de los automóviles y las ventanas de las casas.
Los vecinos, sobresaltados, salen a la calle y llaman al 911 para que intervenga la policía. Entretanto, Rosemary, ha llegado a las vías del ferrocarril. Las barreras no han sido bajadas. Un tren se acerca a toda velocidad. La joven lo contempla fijamente. No se mueve. El tren la embiste de lleno.
La policía llega momentos después. Sumamente extrañado, uno de los agentes encuentra el cuerpo sobre las vías. Estaba intacto pese a haber sido atropellado por un tren.