Esta mañana dejé un mensaje para Ana en el espejo. Con su labial rojo escribí: "te quiero". Luego fui al trabajo y recordé los momentos felices compartidos.

Sus ojos castaños aparecieron en una taza de café amargo que bebí en un barcito cercano a la oficina. Me miraban con la expresión de alegría de la última vez.
Entonces cubrí mi rostro con las dos manos, y traté de recordar su aroma a fresas y jazmín.

Por la tarde, de camino a casa, compré un ramo de violetas, y después lo dejé olvidado por ahí.

Hoy otra vez ha llegado la tristeza. La observo todas las noches cuando regreso. Se posa sobre los muebles y de a poco va ocultando sus huellas.
He pensado en quitar esa tristeza, pero tengo miedo. Si lo hago, tal vez Ana se vaya para siempre.