Poema
CUANDO AGOSTO ALARGA LAS CALLES
Con el frío de la noche,
cuando agosto alarga las calles,
vagan versos dispersos
en busca de un autor para conversar un café.
Mientras en un rincón del bar
frente a una copa y botella vacía,
un aprendiz de poeta
con las manos cubiertas de lívida inercia,
posadas sobre el teclado de un viejo computador,
rumia su mala suerte por la musa ausente
y la escasez de letras en el almacén del alma.
Cuando aprendiz y versos,
entre los humos y niebla se divisan,
sienten atracción mutua,
se miran con avidez y morbo desesperado.
Las letras titilan y las falanges tiritan,
urge acercarse y llegar a un acuerdo.
El teclado pondrá las letras
y el aprendiz dirá dónde van los signos de puntuación.
La inspiración dictará las palabras
que teclado y aprendiz darán forma de verso,
y si la oración lo amerita, optaran por escribir en prosa.
Entre ambos en concubinato escribirán del frío,
del invierno y las estalactitas del alma.
Del viejo que arrastrando una pierna
en una esquina muere en la escarcha,
porque no alcanzó a llegar al albergue
donde había fuego y café.
Del niño de pómulos rojos que busca fuego
para entibiar un manojo de esperanzas,
que entumecidas, guarda bajo el brazo
cubierto con harapos de tela mojada.
De aquella mujer con vestimenta indefinida
que en un rincón con disimulo y agazapada,
dibuja tras sus parpados cerrados
algún juego de niños, que quedaron en el tiempo.
Y de los amantes que se besan
entre las paredes de un laberinto sin puertas,
mientras escudriñan en el fondo de sus ojos,
horizontes lejanos y umbríos que no tuvieron destino,
y dejan escapar lágrimas de tiempo ido
que van trazando en sus mejillas,
un camino cubierto con adoquines de olvido.
Incluido en libro: El Cierzo indómito
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