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Las voces se han hecho mas fuertes hoy, más sádicas, más violentas que la otra noche. Un deseo que no alcanzo a contener me invade, me llena y me guía como si fuera el titiritero de las pesadillas que me rigen hacia el valle de la destrucción. Sigue el sendero de muerte que he dejado y me encontrarás; experimentando pavor, sorpresa, rechazo y agonía ajena a cada paso que des. Sufre en extrema algarabía y grita, llora; sinfónicos arreglos que ensordecen mis oídos.

Y aquí, con mano de hierro cae ante mi, desgarrando tu alma con opio degradado en tu mirada de seda. Enrédate en mi elixir; se mi quimera y mi musa, vive y muere al observar el miramiento rencoroso de tu jurado enemigo; cae ante el, ante la yuxtaposición de mi alma maligna que se ve enfrascada en una burbuja de cristal. Déjate maldecir por las palabras corrosivas que carcomen lo impetuoso de tu diezmo; tributo sangrante de la hipocresía humana.

Apócrifo es el momento interino en el que la razón cae ante la retracción oscura de la culminación del cúmulo raquítico que transforma esta piel decadente en una furiosa bestia que con rabia devastadora ha de cobrar venganza sobre las llanuras de tu amor perdido, de tu razón cegada; de tu vida insignificante.

Mírame, no tengas miedo y afronta mi mirada fría e inocua; observa dentro de ella y búscame; es inútil, jamás me encontrarás. No porque no me encuentre en las perlas negras de mi rostro, simplemente porque para ti no estoy más ni lo estaré. Sigue suspirando, sigue respirando en agonía cíclica; déjate llevar por el momento de sufrimiento que te envuelve con palmas de oro; deja que el hierro candente opaque tus vocablos ilusorios y deja de soñarme, deja de soñarte.

He sofocado aquellas palabras que armonía antológica recitaban para mi, he sofocado ese suave cuello de blanca piel que llevaba mis marcas personales; fuente de vida y alimento que he de olvidar. Así es como te he sofocado entre actos y palabras, te he enterrado y no volverás jamás. Criatura sagrada e irreverente, no te necesito más ni quiero tu lástima. Huye con tu especie, huye con tu clan; no te necesito ni en mi piel ni en mi sangre; ni en mis papilas ni en mis caricias, vuelve a tu iluminado mundo y déjame en las sombras. La sombra, ese es mi hogar y mi recinto, castillo impenetrable que despego me da. Tierra sagrada, tierra maldita, aquí no es donde, y allá no es ningún lugar.

Texto agregado el 26-05-2003, y leído por 242 visitantes. (1 voto)


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