Amanecí con ganas de sonreír, de sentirme feliz, a pesar de la helada que cayó en la azul madrugada, pensaba en los desafortunados que tenían que dormir en las calles, en los niños que no se alfabetizarían porque debían andar en los vagones y sobre esas calles entre ratas, tramperos y asesinos.
A pesar de tales circunstancias, deseaba ser feliz y recordé a Javier, un pibe de 6 años que vino de la Provincia del Chaco, con un alto grado de desnutrición, por tal estado sufría de sordera y de un leve retraso cognoscitivo, ¿aun valía la pena intentar ser feliz?
Mientras preparaba una taza de té, vi asomarse un nuevo día, el sol traspasaba las sombras de la noche, y un nuevo ideal de Dios trataba de treparse al aposento de las conciencias en masas.
Volví a pensar en el Chino, lo extrañaba pero él no me necesitaba con la misma intensidad y ternura que yo lo necesitaba, habíamos dejado de vernos sin decirnos adiós, prometiendo las cosas que se prometen para consolar al corazón y su fiebre. Pensaba en él y en la marginación de sus días, recordé la estúpida promesa que me hizo cuando lo conocí, "Escapémonos de este mundo sin sentido, seamos libres. ¡Acompáñame!"
Lo seguí y aún sigo dando vueltas en los sinsentidos de este mundo, como la abeja busca la miel, me atormentaba la falta a su promesa, la dulzura de sus besos, el abrigo de sus brazos.
Cada vez hallo menos motivos para esa extraña felicidad.
Una vez, hace unos años atrás tuve la oportunidad de ser libre y me dio miedo, me acobardó dejar todas las comodidades que me ataban junto con la certeza que sostenía en ese momento sobre un futuro seguro.
Julio me ofreció parte de su libertad y la rechacé, me dio miedo la intensidad con que sucederían las cosas.
¿Cómo lo conocí?
Como se conocen las cosas mágicas de la vida, sin intenciones ni predeterminaciones. Él era un muchacho que estaba por fuera de las limitaciones que nos había determinado la civilización, lo besé y me buscó, me siguió como la abeja a la miel, lo volví a besar y día por medio iba a verme a la casa de estudio donde residía en ese entonces. Era malabarista, además de su amor que era lo más auténtico que puede poseer un ser humano me regaló parte de los instrumentos que utilizaba para hacer malabares, prometió enseñarme, me contó que deseaba irse para el norte a probar suerte. Le di mi número de celular, por si nos perdíamos, pero yo me quise perder, me dio miedo su libertad, su autenticidad, su amor real, el qué dirán los abuelos, las amigas, mi conciencia prejuiciosa tuvo miedo de hacer temblar las certezas que poseía de un futuro seguro, un futuro que se fue al carajo tiempo después. Se desestabilizó todo por los ataques de pánicos que sufría con frecuencia, por la soledad que me estranguló hasta dejarme temblando y devastada bajo las sábanas.
Por preservar ese futuro seguro me perdí, no volví a verlo nunca màs, no salía a leer a la plaza, cosa de que no me viera, me escondí de él y llené de ausencias el espacio donde estaba naciendo un gran amor. Él estaba solo, libre y marginado de los estándares sociales, y lo dejé más aislado que antes…
Me conmueve recordarlo, ¿por qué? Porque con él el sufrimiento hubiera sido un aprendizaje recíproco. Hallar a alguien que te ama, que te quiere por lo que sos y no por las falsas máscaras que nos pudren el verdadero rostro sucede muy pocas veces en esta vida perra. Habrán pasado seis años, al año de distanciarme me escribió un mensaje al celular, para mi sorpresa, Julio había conseguido un móvil, pero ¿saben qué? Nunca le respondí, no le di importancia y él aún pensaba en mí. ¡Qué jodida que fui y que sigo siendo!, siempre ponemos a la venta nuestra verdadera naturaleza ante los compradores màs nobles.
En su mensaje, me contaba que estaba en el norte, que me deseaba un hermoso día, lleno de bendiciones, de felicidad, (aún recordaba mi nombre: Sol; aún conservaba mi número en un trozo de papel).
Sigo preguntándome si valdrá la pena intentar ser feliz. El mérito más adecuado sería poder SER y no el simple acto del HACER.
Pienso en Julio en este pequeño instante de eternidad, pues deseo que seas feliz, querido Julio, dónde sea que estés, te mando mi amor y mis disculpas. Hoy puedo quererte pero ya no estás.
Recuerdo a Oscar, a Jesús, a Sofía, a Kawo, a Joan, a Manuel, a Javier, a Julio, a Juan Pablo, a mi madre, al espectro de mi padre, al caos que representan mis hermanos, a mis abuelos, a Milagros, a la infancia, a la adolescencia, a la adultez,a la vejez, a las pastillas, a los baños en penumbras escuchando la sinfonía de las gotas golpeando el lavamanos y perdiéndose en el desagüe, a los amigos de un tiempo perdido.
Rememoro el conjunto de estrellas que se fueron apagando una por una y que aún tiritan a lo lejos en el fondo de las penumbras donde habita la soledad, donde se manifiesta la fuerza de la conciencia rota, porque en sus aberturas pueden hallar su sentido todas las energías que transitan el universo.
Cae la noche sobre la memoria y la permanencia de la luz agoniza por ser perpetua y algo se apaga, decide reposar en el silencio de las cosas cotidianas, de las acciones innobles de los hombres, en la nobleza y la destrucción de la niñez apresurada, en el desaliento y el desprendimiento que guardan las grandes promesas.
Me pongo el abrigo y expulso sobre el asfalto el pensamiento, he recibido el mensaje de una amiga y me encargó paciencia y aliento para brindarle en el reencuentro.
Me cuestiono sobre la concepción de felicidad y admito que no sé si estoy dispuesta a ser feliz, admito que soy fuerte al dolor y débil a la parsimonia de los días, y concluyo que, si no hay sufrimiento esta muchacha no vibra.
Buenas noches. |