Aquella tarde, mientras veía viejas fotografías del álbum que le llevó su esposa, Bim Clores tuvo noticia de algo que se le había pasado desapercibido hasta entonces, o por lo menos almacenado sólo en un lugar secundario de su memoria. Se trataba ni más ni menos que era calvo desde mucho tiempo atrás. Cómo pasa el tiempo- reflexionó para sus adentros. Trece años calvo ya, reflejaba de una manera incontestable aquella foto.
Su mujer tampoco daba crédito. Parece mentira- decía ella- me resulta más llamativa tu barriga que el hecho de verte sin pelo.
Ni que decir tiene que tal apreciación derivó por cauces angostos y pedregosos senderos. Un intercambio de pareceres realistas sobre los unos y los otros. Pero en el fondo era un matrimonio bien avenido que en lo sustancial cumplía los iniciales compromisos.
Aquella nave familiar no zozobraba pues Eliseo contaba con freno en la cabeza aunque no tuviera pelo. La peluquera, por su parte, tenía en estima a su marido. Viejo, sin pelo, barrigudo, pero no dejaba de seguir siendo su Eliseo. Aquel hombre al que la vida parecía circundar, moverse a su alrededor más que dentro. En cierta manera su obra- la de ella.
Por ello lo miraba, aun inmersos en un nuevo capítulo de anatomía de los defectos, con cariño. Mientras, él, ajeno al hecho, no salía de su asombro y exclamaba.
- Qué barbaridad; trece años ya sin pelo.