Al amanecer
un ángel fue expulsado del paraíso,
desterrado de sus alas
pereciendo a peregrinar en la tierra de los huérfanos,
¿verdad que los humanos son extraños?-
se cuestionó el ángel al mirarlos
con sus miserias colgadas.
Hoy Dios lloró
y la lluvia aconteció,
meses de diluvio interior
y el paraguas trae mala suerte
abrirlo dentro del corazón.
Me enojo a veces,
rompo cosas y luego me deshabito
porque lo material no me quita el sueño,
en oposición, la inmaterialidad de las cosas
es una fascinación que me exime de la conciencia rota.
Dame amor
pero no me des aprehensión,
dame tus alas
porque las mías quedaron presas de la madrugada,
dame lo que tengas
porque yo no tengo nada.
¡Ay, ya no llores Dios!,
no te burles del sufrimiento de tu creación,
no eres yeso ni oración,
eres holocausto y deserción,
eres algo indescifrable para los pequeños hombres
que no saben qué hacer con el tiempo que han perdido.
Serás manifiesto de los que buscan salvarse
y si no se salvan ellos,
no habrá otros que puedan lograrlo,
serás reacción de los fanáticos de tu dogma
que prescinden de fundamentos y de alusiones
a los infortunios de nuestra existencia,
serás abundancia
ante las carencias que nos produce esta tierra vasta.
¡Venga, usted muerte,!
y tomemos un café
para hilar nuestros asuntos pendientes,
para bajar la espuma del dolor
y que me abras los misterios que me esperan,
que me brindes la claridad y el valor de la vida
en tiempos de huelgas de afecto
y descomposición de los cuerpos.
El llanto de Dios,
migrando su pena en el lomo de un gorrión
y el amanecido ángel
durmió bajo la sombra del verbo delator,
reposando su aureola a orillas de las libres olas
que se llevaron los desechos
y las estrellas fugitivas
que ardieron en mi boca,
como en la oscuridad las antorchas.
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