Para mi sobrino Fer
—Había una vez... —Así comenzaban todos los cuentos antiguos. Pero yo no quiero emprender mi relato de este modo, porque la narración que voy a descubrir no es muy antigua. Es cosa de años, ciertamente, pero de pocos años. Todavía vive el personaje que hoy te presento. Por eso, comenzamos diciendo que: —"En un lugar del mundo vive un personaje de profesión bolero". Así está mejor, ¿verdad?
—¿Que cómo se llama? Pongámosle por sobrenombre "Teto", porque se llama Perfecto, y así lo conocen en su pueblo. Él tendrá aproximadamente 40 ó 42 años de edad. Todavía es joven, pero está enfermo. Sufre desde pequeño ataques de epilepsia. Nunca pudo asistir a la escuela de su pueblo debido a esta enfermedad; ¡ah!, pero le gusta saber, instruirse, leer, escuchar a los demás; y, del mismo modo, siempre que tiene la oportunidad, no deja de hacer sus razonamientos ante los demás, desde aquello que observa y ha leído, mientras espera sus clientes para lustrarle los zapatos en el jardín de lugar donde vive.
—¿Que cómo y dónde lo conocí? —Fue en el atrio de una Iglesia. —Sí, yo voy también a las Iglesias. —¿A qué? —No, no a pedir limosna.
Voy porque me gusta entrar en los recintos sagrados, donde se huele a fe, donde se vive y se respira la fe del pueblo. Ahí, donde la viejecita enferma pone sus manos en los pies del Crucificado, donde la señora o el anciano tocan y se santiguan y se untan perfumes de fe en la cabeza, ahí donde los niños rozan con sus tiernas manecitas las llagas o el rostro del Cristo en la cruz, o del Niño Jesús. En esos mismos lugares yo pongo los labios y recargo mi frente, para beber y entender esa fe simple, sencilla, la mejor que existe, porque es pura. —¿Sabes por qué es pura?
Porque esa fe es pura necesidad, es pura admiración, es puro gesto de confianza; y Dios es amigo sincero y puro que le gusta ayudar y quiere servir, porque es amor que se dá. Esa fe de la gente es fervor puro, y Dios lo suscita; es confianza, y Dios la fortalece; es dolor y angustia, y Dios cura y recoge las lágrimas de todos los que llegan hasta Él, porque ante todo Dios es un Padre.
Pues bien, un día del tiempo, lleno de sol y de alegre trinar de pajarillos, estaba sentado en las bancas del jardín que tiene el peristilo de un viejo convento. Observaba la algarabía de los niños que jugaban sin cansarse escondiéndose detrás de los monumentos y los gruesos troncos de los árboles frondosos que hacen más misterioso y atrayente aquel atrio añoso, cuando tranquilo y despreocupado llegó y se sentó junto a mí un muchacho.
Era un poco gordito y traía puesta una vieja cachucha, de la cual por el saliente de su birrete dejaba asomarse unas puntas de su copete. Me preguntó si tenía hambre y le dije que no, que estaba cansado porque había hecho un largo viaje. Entonces se sentó y comenzó a hablar, primero de sí mismo, y luego de los demás; yo mientras tanto le escuchaba:
—"La vida es dura con todos, pero a veces se ensaña con algunos, ¿verdad? —me dijo— como para interesarme más en su relato. Luego, él mismo se interrogó: —¿Qué es el hombre y para qué le sirve la vida? ¿Por qué hay pobres y ricos, enfermos y sanos, bonitos y feos, altos y grandes, gordos y flacos, importantes y desestimados, amados y despreciados? Estos binomios, sin embargo —fíjese Ud., que si los vemos más de cerca se identifican. Son inseparables y no pueden darse ni estar el uno sin el otro.
Los ricos necesitan a los pobres, porque sin ellos, no serían ricos; los bonitos necesitan de los feos, porque —imagínese si todos fuéramos bonitos: no se necesitarían más los espejos; no habría nadie que admirara a los demás; no se podrían resaltar formas, colores, paisajes, etc. Si todos fuéramos iguales, sería un mundo aburrido —¿no cree Ud.?
—"En este mundo todos nos necesitamos" —le dije— y seguí callado, escuchándolo. Luego él continuó: —"Verdad es esta y muy sabia en la mente de una persona que así piensa, porque todo es uno y ser unidad es la vocación de toda cuanto hay en la naturaleza. Pero esos binomios que la gente en su hueca cavidad craneana no alcanza a comprender y le endilga un extremo a cualquiera, le hace mal, lo minimiza. Porque —dígame Ud. —¿acaso el rico es feliz siempre? ¿no sufre de soledad, amargura y dolor en medio de su hastío?
—"El que todo lo posee, en su engaño y su miopía se cree y dice ser rico porque no carece de bienes de fortuna, pero es un pobre desgraciado. Cree que viste las mejores ropas, usa los mejores carros, come las más exquisitas viandas, tiene perfumes y ungüentos franceses muy caros y usa excusado inglés; pero en realidad está desnudo.
—Sí, señor —el rico inconsciente, es un pobre desgraciado que dice que ve, pero está ciego, —dice que tiene todo, pero es un muerto andando; porque no ve la realidad, no gusta la verdad, no puede ver la luz, no vive la vida porque no la disfruta en su aspecto más humano, más divino; y está muerto de hambre, porque no tiene amor, que es lo único que sacia el alma que vive porque es inmortal.
El rico necio, es pues, un simple mortal y va directo a la muerte, aunque pueda escupir redondo y ver a los demás por debajo del sobaco. El rico es un pobre ciego, que necesita más que nadie de una luz para ver, antes de que llegue para él la noche sin aurora. Ya que todo ser que existe, por el hecho de vivir, es un candidato para la muerte, como lo es también ya el niño que acaba de nacer. Pero, morir de rico insensato, esa sí que es una verdadera desgracia".
A este punto, Teto se encontraba muy emocionado al hablar, y transportado al escuchar cuando hacía pausas, como saboreando sus propias reflexiones. Respiró profundo, y vio que también yo le estaba prestando toda la atención. Y, porque además, otros vagabundos y vecinos y feligreses asiduos de aquel templo se habían acercado a escucharlo, pues hablaba el muchacho en forma deshinibida y hasta en voz alta como un Demóstenes persuasivo y convincente ya sin tarabilla.
Luego de una exploración serena que hizo con la vista sobre el auditorio que formó corro en torno suyo, prosiguió sus consideraciones comenzadas: —"Como enseñaban los filósofos antiguos, la vida que disfrutamos es una preparación para la muerte. Por eso, y algo que ellos no alcanzaron a descubrir, es que esta no tiene sentido sino es llenándola de espíritu.
El espíritu no muere. Y si se viven las realidades humanas ajenas a esta realidad espiritual que es concreción sensible, que es compasión, diálogo, ternura, amor y amistad, necesidad de todos para caminar juntos; expresión y compromiso de fe y esperanza en el mañana, sueños de altura para todos, saciar el hambre de todos, curar a todos los enfermos, extirpar el mal de la injusticia, del odio, de la mentira, la cosificación de las personas, todo aquello que no deja ser felices a los hombres, etc., si se le corta al espíritu estas alas, el hombre es un desventurado, no es hombre.
Entonces, —dijo alguien en voz alta, interrumpiéndolo: —si todos los seres humanos buscamos ser felices y sabemos que son los valores espirituales donde se encuentra la verdadera felicidad, el gozo y la paz, —¿dónde crees tú que se encuentra la raíz del mal?; —¿por qué los hombres no siguen la sabiduría que tienen por herencia de siglos y como fruto del espíritu que los anima?
Con esta pregunta —respondió Teto satisfecho— me da Ud., amigo, la oportunidad de reflexionar sobre mi tema favorito: —"El hombre está mal, porque piensa mal".
Se quitó su cachucha, y comenzó su discurso. Había ya aumentado el auditorio a estas alturas, porque incluso muchos concurrentes al templo se habían salido y aunque silentes, se habían acomodado sobre el pasto verde, y en actitud de antiguos discípulos en postura de meditación oriental, estaban dispuestos a la enseñanza. "Teto" comenzó, o mejor dicho, prosiguió su discurso:
—"Aunque han sido derribadas muchas barreras ideológicas en estos últimos años, no hemos sido capaces de construir un mundo mejor. Como Uds. —dijo, volviéndose a todos los presentes— pueden sin duda constatar por las noticias de la radio, la T.V., y los periódicos, en muchas partes del mundo han sido destruidos antiguos regímenes de opresión, violencia y leyes ciegas, pero sus habitantes no han encontrado hasta ahora la libertad, aquella que sirve para construir al hombre-persona.
En nuestros países americanos, valga el ejemplo, se han removido viejos ritos dictatoriales y militares que se habían impuesto y conservado a fuerza de las armas; pero no hemos encontrado todos la paz, porque otras armas más potentes y destructoras siguen amenazándonos, como son el hambre, la falta de educación, el terrorismo, la prepotencia, el narcotráfico, la corrupción, la política perversa y la miseria.
Se están quemando viejas e inhumanas Constituciones, que mantenían a los pueblos unidos por la fuerza y por el miedo; pueblos diversos, culturas con raíces particulares, tradiciones y etnias con caminos diversificados; pero no se apunta hacia la unidad global, el sentido de la fraternidad y de la solidaridad, porque cada nación busca sus propios intereses y no los de la totalidad de sus hermanos de raza, partícipes de una historia común, y por lo mismo con igual destino.
Después de tantos años de oscuridad ideológica, política y civil, se han comenzado a valorar y desplegar viejas banderas, a veces bañadas por la sangre de los verdaderos mártires de la libertad; reprimidas por la fuerza y acallada por una mal entendida virtud de sumisión; pero hasta ahora seguimos esperando inútilmente vientos cargados de esperanza y caminos nuevos, senderos llanos de participación consciente y favorable que todos pudiéramos recorrer con los mismos derechos y con la misma dignidad.
Cuántas veces hemos bañado con lágrimas de alegría aquella tierra que nos vio nacer, la tierra de nuestros padres, abuelos y nuestros mayores; lugar de preciosos recuerdos, donde se quedan sepultados tantos de los que nos acompañaron un tiempo en la jornada de la vida, o aquellas imperecederas gestas y memorias que nos despertaron a la conciencia de ser y existir en este mundo; pero las tuvimos que dejar, moviéndonos a las ciudades, encandilados por la incierta alba radiosa, tanto esperada y soñada, de la comodidad, la riqueza y el bienestar, que en realidad sólo es otra ilusión y palabras al viento.
Por todo cuanto huele a progreso y cambio, sin duda que todos más de alguna vez hemos brindado y apostado, pues no existe alguno que no suspire por la libertad y la vida, por la dignidad, un techo, una familia, un trabajo, oportunidades de estudio y desarrollo de nuestros talentos y capacidades; pero la realidad es que detrás de efímeras quimeras se han infiltrado trampas de indiferencia, muertes y divisiones, prisiones y grilletes que ya teníamos y no nos abandonan, aunque se proclame a medio mundo que somos libres y democráticos.
Después de la terrible y sangrienta Revolución de 1910, esperábamos los mexicanos que la tierra sería para todos, pero ha quedado y sigue siendo todavía de unos pocos; y nosotros como siempre, divididos y pobres como antes de ella. Ricos sólo de cruces que ondean en el espíritu del recuerdo por los padres, hermanos y abuelos caídos; defraudados y burlados en sus anhelos más altos y traicionados en nuestros sentimientos patrióticos.
Con un Partido fuerte en el poder, se esperaban tender los puentes del progreso sobre estructuras nuevas que el concierto mundial exigía a las naciones: desarrollo, justicia social, productividad, educación, solidaridad, respeto, etc. Pero, hasta hoy, sólo han sido y ha habido bastardas promesas. Sí, solamente henchidas promesas, pero engañosas y falsas; porque caídas las viejas columnas, por sustentarse sobre bases fingidas, ilusorias y teatrales, todos los demás soportes que emergen desde su control, también se caen cada seis años y dejan surcos enormes de división. Éstos cada vez más profundos entre la población, quien reciente, como siempre, los golpes de la detención, al crecer ella misma, en número y ansias de libertad, y no poder dar un paso adelante con todos sus puentes y anhelos caídos.
Están surgiendo nuevas banderas, pero también nuevas barreras se levantan. Han brotado nuevas ideologías y nuevos modos de defensa, incluso la guerra armada. Y está más clara la conciencia cada día, que aunque los cantos de esperanza y de la libertad, los suspirados rayos de luces nuevas sigan y continúen siendo sofocados, no por eso los gritos desesperados que salen de las cavernas de la postración o de las sombras de muerte, que se creían ya aniquilados para siempre, han vuelto a revivirse como antes, en forma de reclamo justo y pundonoroso.
Mientras tanto, en otros lares más proficuos, los hombres, los grandes de la política, continúan hablando, se reúnen, discuten, planean; y entretanto, con las largas que imprimen a la justicia, el lamento de la humanidad se hace cada vez más agudo, más mísero y doliente. Deciden acabar con la violencia y compran las últimas y más sofisticadas armas de ataque y de defensa. Sueñan acabar con la pobreza y banquetean y despilfarran la riqueza de la naturaleza dada para todos, bebiéndose el jugo del sudor y sus injusticias con los pobres. Se bañan con su dolor.
Es por eso que los códices de comportamiento caen en el olvido; las resoluciones, leyes, planes y proyectos, aunque solemnes, no hay nadie que los escuche; las condenas no provocan miedo; ya no se cree en las promesas; sólo se ve la realidad: los prepotentes avanzan y la violencia domina por doquier.
Y se muere a los ojos de todos: con aplauso en los cines, pantallas caseras, comunicaciones y espectáculos: todos hablan con imágenes de violencia, crueldad, bajos instintos, odio y muerte; con ojos pérfidos, en la guerra que se hacen las naciones por ventajas, dinero manchado de injusticias y regado con sangre; se muere con ojos indiferentes, ante el dolor del hambre y la miseria. Las personas son objetos y cosas sin alma.
De este modo, asistimos con insensibilidad, ante la conculcación de derechos de hombres, mujeres y niños utilizados como números, cosas e instrumentos de liviandad, lascivia y concupiscencia. Las pantallas atiborran hasta el exceso las mentes y las conciencias de niños y jóvenes, con toda formas de crueldad, violencia, desenfreno y sensualidad; a nadie importa la vida, los derechos, el respeto y la integridad humana; porque aquello que se ha de exaltar es la fuerza, el dinero, el goce instintivo, el placer y la satisfacción de los sentidos.
Frente a esta avalancha de muerte de la humanidad y su honor espiritual, todo es relativo, minimizado y desvalorizado. Nada vale la dignidad; tampoco importa la vida; no existe la virtud y el hombre es sólo una pieza de juego que se mueve y utiliza según los propios planes y fines maquinales: el aplauso lisonjero, las sensaciones gratas y divertidas, la apetencia del placer; en una palabra, el triunfo egoísta y animal del hombre.
Ante toda esta realidad, —¿qué hacer?
Este es el interrogante de todos, pero en modo particular de quienes en el camino de la vida, los relegados, sin derechos, los pobres a quienes nadie escucha y ya sin voz. De nosotros, que no tenemos acceso a las estratégicas maniobras de cuantos se sientan, tantas veces sonriendo, en torno a las mesas de la política en los Senados y Cámaras de Diputados o de los Partidos políticos. Esos que después de haber firmado el último pacto y compromiso de apoyo, solidaridad o promesas; sus acuerdos se convierten casi de inmediato en burla villana y ofensiva, en farsa engañadora para ingenuos; quienes, por cierto, y mientras tanto, siguen con los bolsillos secos, con hambre, sin trabajo y menos oportunidades; y, lo que es peor, con todas las esperanzas ahogadas, despedazadas, porque con tanto fraude, falacia y chantajes, ya no saben a dónde volver la vista.
Esta es la realidad, mis amigos. Muchos disfrutan de todo, se regodean en medio de todos los placeres, presumiendo su inteligencia y sagacidad, mientras afuera, miles de pobres continúan muriendo en medio de las calles. Se exterminan en la confinación de tierras áridas y más hambrienta que los mismos grupos de indígenas, que siguen arrastrando y muriendo con su destino de conquistados y seres sin valor. Para nadie es secreto cuanto acaece hasta en las grandes ciudades: niños aferrados a la última fracción pútrida que arrancaron a la basura, que no sólo envenena su cuerpo, sino también su alma por el recelo impotente del rechazo, y que puede madurar, y de hecho genera no solo en semillas de violencia, sino en hechos y reclamos de justicia, que los grandes llaman simples protestas o directamente "salvajismo".
Pero, —¿es que acaso se pueden esperar higos de los espinos? Por eso, si con sus injusticias perpetuas siembran vientos de discordia, divisiones y engendran ráfagas de miseria y postergación; entonces deben preparase para recoger tempestades y encarar las tormentas que se pueden desatar irrefrenables. Entonces: ¡Sálvese el que pueda!
Entre tanto —qué hacer, mientras la heridas, las antiguas y nuevas: hambre, miseria, dolor, política deshonesta y viciosa, deforestación, abandono de los campos, nuevas dictaduras de partido, falta de educación, egoísmos, indiferencias, injusticias, violencia no sólo en proyecto sino ya maduras, están cabalgando y todavía su espectro está por arribar en mayores dosis, con toda su gigantesca y destructora realidad. Y todo esto se difunde cada vez más en el corazón de los hombres.
—¿Podemos todavía esperar salir adelante de esta situación y llegar a la curación? —¿Habría alguien que pudiera apostar por la victoria?
—¡Ciertamente que podemos! —¡Debemos querer poder!
Pero, para ello, es necesario hablar menos y actuar más, para curar el mal en sus raíces. —Sí, sólo atajando el mal en sus fuentes podrán sanar las llagas y las heridas. Por eso, que hablen menos los políticos, los dirigentes de partidos, los Presidentes, Gobernadores, Funcionarios, Regidores, líderes, y no pocas veces los mismos Curas; que cada uno se ponga a hacer con sinceridad, respeto, valentía y con amor, lo que es su misión y su compromiso con Dios, con la historia y con los hombres. Porque solamente siendo y haciendo, no pareciendo es como impedirán que la gente se siga muriendo.
Ya lo dijimos, y no nos cansaremos de repetir hasta la saciedad que: —"las raíces del mal están en el pensamiento enfermo del hombre", o directamente en su ignorancia. Aquí se anidan peligrosamente todos los egoísmos que han llevado al malestar de la entera humanidad.
—Y se enferma en el pensamiento cuando siguiendo falsas ideologías, el hombre viene visto como un objeto y no como persona—. Cuando es un número, una cosa, un enemigo, un competidor, y no un ser con derecho a existir lo mismo que todos y con iguales prerrogativas. —Los objetos se intercambian, se venden y se compran; se usan y se tiran cuando ya no sirven, mientras el hombre-persona —no puede ser utilizado por nadie.
El hombre es un don para el mundo, un espíritu encarnado, inteligente, dueño de sí mismo y con un destino eterno; es el más grande derecho que debe ser indiscutiblemente respetado por todos, por encima de Constituciones maquinales y protervas. El hombre es una historia inédita que se escribe libre, en forma espontánea y responsable por cada uno en manera por demás seria y sapiente.
Por eso, antes que sea demasiado tarde, se ha de llegar a entender de una vez por todas, que el hombre es algo sagrado. No pueden poner otros manchas o borrones en un manuscrito que es auténtico, inédito y original. Y cada cual es el actor insustituible de su propia obra, porque en ella, desde la luz de su conciencia libre y responsable, debe escribir cada ser humano su propio destino. Los otros, nada que yo no quiera pueden escribir en mi libro.
Y queda claro, sin embargo, que —ciertamente —el hombre no es el último criterio absoluto de verdad—. Simplemente porque es criatura, no un ser absoluto. —El hombre es grande en relación a lo que está llamado a ser—, porque es una invitación a ser y crecer siempre hasta lo sorprendente. Esa es su grandeza. —La persona llamada a hacerse persona; por eso, existe en proceso. Está llamada a crecer siempre, pero desde su centro, desde su núcleo originante y trascendente, donde encuentra la vocación a la libertad más plena.
Por lo tanto, su dignidad y valor le viene de Otro, el ser Personal. A este Otro, que dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida", es a quien hay que volver la vista, para descubrir en su proyecto original, la realidad de aquello que es el hombre y juntamente el sentido de toda la historia humana. Porque cuando el hombre se pone como juez y orientador de los destinos de los demás, la humanidad va encaminada al fracaso y a la destrucción total. Cuando el hombre quiso ser dios, vino la ruina del mundo, el dolor, la muerte y la confusión. Cuando el hombre sigue jugando a ser dios, se desvía de su centro y de su meta.
La herencia de la humanidad, luego de milenios de existencia ha de orientarse por fin hacia la plena humanización, según el plan divino, a la nueva conciencia integradora. Ha de encauzarse al dominio y sujeción del cerebro nuevo, a la integración y la unidad que comprende el despertar y desarrollo de los más altos sentimientos y acciones altruistas y filantrópicas de todo el hombre y todos los hombres: todos los que trabajan por el bien y la verdad; es ahí donde puede encontrarse a sí mismo y verse en los otros, contemplándose en sus corazones, es decir, en el centro de lo que cada uno es en realidad como proyecto único e irrepetible, unido a la Verdad y Libertad suprema que lo llama a crecer y a superarse.
Es por ello, imprescindible y única vía de solución, así como la última apuesta que puede hacer el hombre por el bien de sí mismo y de toda la humanidad, el retorno al pensamiento del “hombre—persona”, pleno de valores humanos, morales, civiles, religiosos y espirituales. Si se niega esto, se niega al hombre, y se reduce todo a cosas. Por eso, es necesario curar y ayudar a sanar de este terrible mal a quien lo sufre: el pensamiento enfermo. Es, en efecto, esta enfermedad la que ha dado origen a todos aquellos venenos que entran en el corazón de los hombres y en los palacios de los poderosos, convirtiéndolos en egoístas, criminales, impíos y perversos.
Por tanto, es necesario, impostergable y perentorio, volver a considerar al hombre sólo como persona y como único punto de referencia de todas las actividades humanas, ya que, como escribió un grande pensador humanista: —"El hombre es el único derecho 'subsistente' en el mundo" (Rosmini). El Derecho es para proteger al hombre, no para ir contra él. —"El Sábado fue creado para el hombre y no el hombre para el sábado" —dijo el Maestro—. La persona es la que dignifica a las cosas y éstas deben girar en torno al centro auténtico que es el hombre como síntesis de todo el universo.
En consecuencia, sólo poniendo al hombre en el centro de todos los planes, políticas, sueños y anhelos de la humanidad, es como podrá orientar debidamente su realización plena. Pero hemos de insistir en el hombre—persona, el individuo, la "última soledad del Ser", el misterio; no la masa amorfa, las razas, los consumidores, los objetos, en que ha venido a reducirse al hombre desvalorizado y disminuido hasta en su voluntad.
Sólo con estas condiciones se podrán cicatrizar las heridas, reconstruir los puentes, reconciliar los habitantes del campo y la ciudad y de todos los países en el único y común destino de unidad y fraternidad. Este es el común denominador que matemáticas alteradas por ambiciones y planes homicidas de tiranos no podrán descubrir, y por tanto, alejados más de la solución de todos los problemas.
Porque, de otra forma, queda firme aquella sentencia:
—"Salvada la persona humana, queda salvado todo el hombre, —destruida la persona, vendrán destruidos también todos los hombres"....
Así, pues, amigos y hombres de toda nuestra fementida, super evolucionada y revolucionada sociedad moderna; y, Uds., amado pueblo que me escucha, concluimos como empezamos: —si el hombre está mal, —es porque piensa mal...
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