Alrededor de las cuatro de la mañana, todo el mundo vegetal ya se despierta y prepara para empezar la jornada.
A veces, los retoños y germinados gruñen como es natural, pero no discuten mucho y se alistan como todos, para la madrugada. Al llegar el Sol con su sonrisa brillante, Acelgas, beterragas, cebollas, durazneros, espárragos, fucsias, girasoles, higueras, jengibres, kales, limoneros, marihuanas, nísperos, oréganos, peyotes, quinuas, rosales, salvias, tréboles, uñas de gato, violetas, xanadues, yerba buena y zapallitos se inclinan ante su energía y honrando su devoción por su fuente de vida, se ponen a trabajar con ahínco y dedicación ajena a toda huelga, sindicato o capataz.
Todos se dedican a la misma tarea fundamental: toman la energía de la luz solar y la baten con agua de manera tan particular, que obtienen energía almacenada en azucares diversas y producen, según su especie y variedad, todo lo necesario para crecer, reproducirse y en su momento descansar en paz.
Ocurrió cierta vez que un repollo rojo se puso a arengar a todos los que podían oírle.
-¡Compañeros vegetales, debemos unirnos entre todos, debemos tomar conciencia de nuestra inequidades, ¿cómo es posible que la rosa tenga tantas espinas y los repollos ninguna? ¿Cómo puede ser justo que la luz del sol no sea de propiedad de las que la trabajamos? ¿Hasta cuándo vamos a aguantar que haya tanta discriminación hacia algunas de nuestras hermanas? ¿Qué tienen de malo las ortigas, que la arrancan, la marihuana que la queman, la cizaña que la fumigan? ¡Debemos unirnos y declarar la guerra sin cuartel al imperialismo del agua, no podemos aguantar que caiga cuando se le cante la gana!- Gritaba y aullaba; solo alguno que otro repollo rojo o chile colorado le prestaban atención.
Cierta madrugada, nuestro repollo rojo conocido, se declaró en huelga indefinida. Alguien le había hablado de un tal Gandhi que entre ayuno y ayuno había cambiado un subcontinente. Llegada la preciada energía solar, este agitador crucífero se negó a tomar, agua, captar energía radiante y producir compuestos de soporte vital. A nadie le importó gran cosa, solo unas viejas berenjenas se codearon y bromearon del representante de la revolución vegetal.
Tres días pasaron y la huelga del repollo agitador se mantenía en vigencia, pese a la nula cobertura de los medios de comunicación que se empecinaban en hablar solo de fungicidas, herbicidas de amplio espectro, insecticidas neonicotinoides y cosas del campo sin asumir su rol de informadores y puntales de la transformación revolucionaria.
Al cuarto día, al verlo ajado y sin vitalidad, un azadón lo cortó de raíz y lo pusieron entre el forraje para los marranos de un chiquero cercano.
Antes de morir entre hocicos con mal aliento, el repollo alcanzó a gritar con lo poco de clorofila que le quedaba ¡Plantas al poder, venceremos! El resto fue digestión y excreta indiscreta.
La moraleja es complicada…
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