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En el convento del pueblo, en un salón del viejo edificio suenan guitarras, quenas, bombos; ahí reunidos niños, niñas, pasan horas de la tarde haciendo música (o tratando de hacerla).
Por la gradas de acceso al viejo salón acaba de aparecer la figura menuda de un niño de no más de siete años. Tiene un cuerpo delgado, pantalones cortos, camiseta a rayas de colores, botines sin amarrar. Lleva sobre sus hombros una guitarra que por momentos parece ser más grande que él.
Llega, dice con determinante voz que quiere aprender a tocar la guitarra, porque cantar ya sabe.
- Sabes cantar?
- Puuu...muchas canciones.
- Haber vamos, canta una.
- Sabe cinco centavitos?
- Si
- Ya pues, esa toque y yo canto
La guitarra suena los primeros acordes. La vista fija en el rostro del niño. Al sonar el tercer compás su voz comienza a sonar. Su rostro se transforma en una expresión de sentimiento, la melodía de su voz es dulce y afinada. A medida que avanza la canción su expresión corporal está más activa, a cada terminó de una nota entorna los ojos con sentiminento.
La música suena, la guitarra y la voz del niño son un solo fenómeno sonoro que ha aquietado el tiempo y el espacio del viejo convento.
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Texto agregado el 30-07-2017, y leído por 102
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Lectores Opinan |
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30-07-2017 |
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Qué bárbaro y qué gusto "ver" niños ocupados en otra cosa que no sea la pantalla con los juegos. filiberto |
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