Ahí estoy ayer mañana, en mi sala preferida, en mi sofá preferido, donde solo puedo estar en días libres, leyendo. Suena contundente la música de "Suzanne", cantada por Leonard Cohen. Es una de mis canciones favoritas desde que tenía dieciséis años. De pronto suena el timbre. Abro y aparece un hombre de edad similar a la mía. Es un mensajero de transportes y trae un paquete de Zacaris.com, una casa de zapatos on line en la que he comprado varias veces. Me lo entrega y le firmo en una pantallita electrónica.
"Suzanne", susurra melancólico el hombre. "Me encanta Leonard Cohen", le comento confidencialmente, aunque sorprendida de que conozca la canción de "Suzanne". Sonrío, me despido amablemente y percibo que el hombre no se va. Me vuelvo a despedir y cierro la puerta. Percibo a través de la mirilla de la puerta que el hombre está inmóvil en el umbral. Ha terminado hace unos segundos la canción. Mi intuición femenina me dice que le ha traído recuerdos. Voy a la sala y la pongo otra vez.
Espero un momento y miro de nuevo por la mirilla. Veo al hombre inmóvil, apoyado en el lateral de la furgoneta de reparto, deshecho de nostalgia, roto, llorando. Espero unos segundos, no puedo esperar más y abro la puerta. Le pregunto si está bien. "¡Quise tanto, tanto, a una mujer...!", balbucea. Hace una pausa y prosigue, "Y la perdí por no saber demostrárselo". |