Fue una calurosa tarde de verano en que corría una ráfaga particularmente fuerte y polvorienta que levantó papeles de la calle, arrancó hojas de los árboles y venteó todas nuestras intimidades.
Miramos al cielo sorprendidos, buscando la explicación de aquel inusual fenómeno de viento, para descubrir con sorpresa que, sobre nuestras cabezas, flotaba la bandada metálica más extraña que jamás se haya visto.
Algunos corrieron despavoridos para refugiarse, otros cayeron de rodillas pidiendo perdón e implorando a sus dioses. ¿Yo ?, yo no atiné a hacer nada, sólo me convertí en una espectadora atemorizada ante este cambio intempestivo que irremediable y silencioso, se abría paso entre los cielos.
Se paralizó la ciudad. Por las noticias supimos que el acontecimiento se repetía en todas las grandes capitales del mundo. Las comunicaciones fluían de manera intermitente y el desconcierto se apoderaba de nuestras mentes y corazones. Así, de un momento a otro, la historia de nuestra raza se enfrentaba a un sorpresivo e incierto destino.
Al cabo de las horas se expandía la información, los extranjeros se presentaron, eran seres de luz, alegres y cordiales. Se proclamaban los salvadores de mundos. Pedían la confianza y colaboración de nuestro pueblo, dos pilares fundamentales necesarios para que ellos pudieran cumplir la valiosa misión que los motivó a cruzar el universo, hasta llegar a nuestra Tierra.
Invitaban amistosamente para que a sus grandes naves acudieran las personas más dignas, cultas y honradas, para ser trasladadas a un nuevo y mejor mundo. Pedían, a su vez, que estos viajasen sin enseres de ningún tipo, manifestando que ellos amorosamente les proveerían de todo lo necesario para su bienestar. Aseguraban que el nuevo mundo era de una belleza inimaginable, lleno de riquezas, bendiciones y placeres. Las gentes llegaron por millares, abordando ilusionados las naves, sintiéndose afortunados ante la oportunidad de una vida nueva, con la convicción de haber tomado la mejor decisión.
Sin dudarlo, los salvadores de mundos eran muy conocedores de nuestra conducta. Se llevaron a los ambiciosos, los soberbios, los mentirosos, los vagos e ilusos, cumpliendo así su propósito; abastecer de alimento al planeta ‘Xioma’, habitado por carnívoros de gran tamaño y librar a la Tierra de sus dañinos depredadores, a objeto de que esta se salvase, dejándola al cuidado de unos pocos que – al igual que ellos, y como astutamente argumentaron– eran seres iluminados, alegres y cordiales, bajo la sagrada promesa de que estos últimos se procreasen de forma prolífica, aguardando su regreso, porque sí, ellos regresarían. Por esa misma razón nombraron como líder a un ingenioso y progresista experto en nutrición que de la chatarra hacía manjares, pariente del Pato Donald, cuyo primer nombre era Mac...
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