Elvira no tiene corazón
se lo dejó junto a los zapatos
a pie de calle
para intentar caminar descalza.
El suelo ardía como brasas
y ensuciaba sus plantas
pero ella, ingenua,
quería sanar su alma.
Mas volvió a casa
con dolor y una tristeza
honda y pesada a su espalda.

Elvira no quiere salir a la plaza
ni jugar con los niños
que la nombran sonrientes
"Señorita, ¿baja usted a la tienda?"
y le ofrecen lo que tienen
en sus manos desnudas
mientras ella les devuelve
-interrogante y cristalina-
hueca, vacía, la mirada.

Elvira trenza en su pelo
semillas y cuentas de cristal
rezando en sus adentros
un mantra:
siento el daño -sin querer-
y la falta de entendimiento,
perdóname los fallos y las distancias
te amo y espero saber demostrarlo;
gracias por tu tiempo y lo compartido,
te voy a seguir queriendo.

Elvira ya no habla
no quiere saber de palabras
que traicionan
ni de juegos
o cascadas de agua;
ella llora en silencio la pena
aunque no mengue su carga.

Elvira lucha
contra la sombra de su imagen
que llega siempre antes
y confunde
a los ojos que la observan.
Ella grita sin ruido
y sólo se hace ver
cuando, estallando como un cristal,
se rompe anegando
el suelo en pequeñisimas
esquirlas de agua.

No duele menos la pérdida
después del tiempo y la distancia.