EN DOMINGO
Margarito Zamarripa aquella mañana de domingo, como lo tenía acostumbrado desde décadas atrás, se encaminaba lleno de fervor al templo del pueblo para elevar sus oraciones al buen Dios. Como solía hacerlo, en tales ocasiones se mantenía en ayuno completo pues iba a recibir el cuerpo del Señor convertido en la simbólica y sagrada ostia.
Margarito pensaba agradecer los dones recibidos aquella semana, especialmente la enriquecedora y alegre convivencia con sus vecinos, quienes con sus usos, costumbres y decires le llenaban de gozo su existir.
En su trayecto camino a la casa de Dios, al pasar por la placita pública del pueblo, nuestro personaje se encontró en medio de un mitin político, pues era tiempo de elecciones en el estado. Escuchó entonces el discurso de un politiquillo, quien posesionado de un micrófono les decía a los ciudadanos:
— ¡Compatriotas, compañeros, amigos! Nos encontramos aquí convocados, reunidos o arrejuntados, para debatir, tratar o discutir un tópico, tema o asunto trascendente, importante o de vida o muerte. El tópico, tema o asunto que hoy nos convoca, reúne o arrejunta, es mi postulación, aspiración o candidatura a la gubernatura de este estado.
De pronto una persona del público interrumpe, pide la palabra y le pregunta al candidato:
— ¿Por qué utiliza usted tres palabras para decir lo mismo?
—Pues mire, caballero: la primera palabra es para las personas con un nivel cultural muy alto, como poetas, escritores, filósofos, psicólogos, etc. La segunda es para personas con un nivel cultural medio, como usted y la mayoría de los que están aquí hoy. Y la tercer palabra es para las personas que tienen un nivel cultural bajo como por ejemplo, ese borracho que está allí, tirado en la esquina.
De inmediato, el borracho, no podía ser otro que Agapito Cienfuegos, se levanta y le dice:
—Postulante, aspirante o candidato... ¡hic! El hecho, circunstancia o razón de que me encuentre en un estado etílico, borracho o bien pedo... hic! no implica, significa, o quiere decir, que mi nivel cultural sea ínfimo, bajo o jodido… ¡hic! Y con todo el respeto, estima o cariño que usted se merece ¡hic!, puede ir agrupando, reuniendo o arrejuntando... ¡hic!, sus bártulos, efectos o cachivaches... ¡hic! y encaminarse, dirigirse o irse, derechito a perjudicar, molestar o chingar... a su progenitora, a la autora de sus días, o a su ¡pinche madre! Entonces la seriedad del mitin se convirtió en un desmadre.
Margarito se limitó a juntar las palmas de sus manos y en actitud de orar, levantó la vista al cielo y murmuró: ¡Gracias mi Dios por este maravilloso idioma que nos has dado!
Más adelante se encontró con el doctor Tinajero, reconocido por su tacañería a ultranza, quien a toda costa trataba de evadir una consulta gratuita a Carmelita Basterra, una de las solteronas del poblado. La mujer preguntaba con insistencia al médico mostrando un frasco de medicina:
— ¿Cuánto tarda en curar la gripe con esta medicación? —
— Tal vez una semana— Contesta Tinajero sin disimular el fastidio.
— ¿Y sin ella? Insiste Carmelita.
— Siete días. Concluye tajante el doctorcito.
Cuando no se quiere, pues no se quiere, pensó Margarito y sonrío divertido. Aquel domingo le estaba resultando digno de un anecdotario. El Señor era bueno con él. Cuando nuestro personaje llegó junto a la pila de agua bendita colocada fuera de la iglesia, donde los feligreses mojaban sus dedos para santiguarse al entrar al templo, el hombre oyó una conversación entre el chismorreo de las mujeres:
Una mujer decía a una amiga y a quienes quisieran escucharla, que Lolita Rendón había quedado embarazada sólo con haber rezado en la iglesia del pueblo, ya bien entrada la noche, un Ave María. Unos días después, la mujer —siguió contando— Amalita Tabares decide ir a esa iglesia con el deseo de quedar encinta al igual que su amiga.
— Buenos días padre.
— Buenos días hija, ¿En qué puedo ayudarte?
—Fíjese padre que me enteré que una amiga vino aquí y quedó embarazada con solo rezar un Ave María.
— No hija, no fue así, te informaron mal.
—Fue con un padre nuestro... ¡pero ya lo corrimos al cabrón!
Todas hicieron la señal de la cruz y cuchichiaron entre ellas. Margarito Zamarripa quedó convencido que en las cosas de Dios, también interceden las cosas del diablo.
Apresuró el paso para entrar al templo, Margarito quería encontrar un buen lugar antes de que el sagrado recinto se llenara a tope, pues aquella mañana estaba previsto que oficiaría la misa el señor obispo de la diócesis. Fue inútil, aquello estaba a reventar. De pie, en una esquina del lugar se dispuso a oír misa, entonces notó que un grupo de monjas estaba muy cerca de él con gesto de sacra reverencia. En eso se aproxima al grupo una novicia llorando y quejándose en voz baja:
— ¿Por qué llora hermana? —Le pregunta la superiora quien estaba presente.
— ¡Me ha picado un avispa hermana!
—Deja de lloriquear hermana, a mí me acaba de picar el obispo recién llegó y mírame ¡tan contenta! —Le dice la otra.
Margarito Zamarripa mejor abandonó el lugar, empezaba a germinar en su cerebro la idea de que aquella mañana satanás había ido a misa. Fuera del recinto, Margarito decidió caminar por la pequeña placita que era parte del conjunto parroquial. Sus pasos lo llevaron junto al carro de helados de Maquio el Cojo, ahí pidió uno de limón y al estarlo disfrutando no pudo evitar oír la conversación de dos adolescentes. El chamaco le decía a la muchachita:
— ¿Te cuento un chiste inocente?
— Anda dilo, responde ella, al momento que sorbe su helado de dos bolas con mucha delicadeza.
—Dos espermatozoides —empieza diciendo el jovenzuelo— nadan vigorosamente rumbo a su destino. Uno de ellos, ya muy fatigado, le pregunta al compañero que nada junto a él:
— ¿Falta mucho todavía?
— Seguro, recién vamos por la garganta.
La chamaca no ríe, solo sonríe y mirando al jovenzuelo intensamente a los ojos, abre la boca y se introduce el helado hasta el cono de galleta, lo sorbe rítmicamente produciendo un ruido que eriza la piel de Margarito.
Nuestro personaje se aleja del lugar con paso apresurado. Definitivamente aquel domingo ha sido un día de locos.
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