Cuento
LAS DOBLADAS DE MONTSERRAT
Mediodía, invierno, lluvia torrencial, frío soportable y brisas misteriosas.
Él, de mediana edad, delgado, pelo cano, alto, con lentes ópticos ahumados; tranquilo y displicente entra al supermercado y se dirige a la sección panadería.
Allí entre muchos tipos de panes elije uno que tiene una forma triangular, hecho con masa circular de unos veinte centímetros y doblado en cuatro, fabricado con manteca y además con una fina lámina de queso entre sus dobleces. Pan llamado dobladas o dobladitas, según el tamaño, que es muy rico al paladar y también muy rico en colesterol.
Ella, también de mediana edad, hermosa, esbelta, morena, vestida sobria pero elegante, con unos coquetos lentes ópticos azules, aparca su coche en el estacionamiento, entra en el mismo supermercado y observado todo con detenimiento recorre los pasillos hasta que llega también a la sección panadería y elije de las mismas dobladas que él está escogiendo y que además están bien calientes, recién salidas del horno.
Se miran, se observan, sonríen y entre pan y pan que agregan a sus respectivas bolsas, comienzan a conversar. Y así conversando y mirándose recorren pasillos y secciones, mientras afuera, en la calle, arrecia la lluvia.
El la invita a un café y se dirigen a la cafetería que está en el interior del supermercado; siguen conversando del clima, de los precios, de muchas otras cosas y al segundo café terminan conversando de ellos y la vida…mientras las dobladas expelen aroma a queso y se mantienen calientes.
Entre preguntas y respuestas recorren el supermercado, lácteos y quesos, pastas, carnicería, pescadería, licores y vinos, hasta que llegan al sector de tienda y se detienen en la sección de ropa interior para mujer, allí ella elige algunas prendas y se dirigen al probador o vestidor, ella entra y él espera que se pruebe aquellas prendas que eligió. Pasan algunos minutos, ella se asoma entreabriendo la puerta del vestidor, le pide que se acerque y que entre, quiere que le de su opinión de cómo le quedan... ese sostén y ese calzón que se está probando…
El, con su bolsa de pan aún caliente, sorprendido y un poco asustado, mirando a todos lados, entra y allí se encuentra con un monumento de mujer, que había estado escondido tras la ropa de invierno y…
... y en el vestidor unos quince minutos de suspiros acompasados, luego un desborde de quejidos, para finalizar con una estrofa entrecortada de gritos reprimidos…
No se animan a salir del vestidor por temor que pueda haber alguien que haya oído algo de aquello.
De improviso se abre la puerta y un guardia en forma muy amable y con una disimulada sonrisa los invita a seguirlo, rápidamente acomodan sus ropas, toman sus respectivas bolsas con las prendas y el pan que ya se está enfriando, salen del estrecho vestidor y avanzan entre dos filas de sonrientes guardias hombres y mujeres, que pareciera que les rinden honores, hasta la caja más cercana para que paguen el pan, el sostén y el calzón.
En la caja se les acerca una chica joven y bella con un uniforme azul, al parecer supervisora o administradora del supermercado y les dice que no paguen, que lo que llevan es regalo del supermercado y con una sonrisa cómplice agrega que en los vestidores hay micrófonos conectados con el sistema que reproduce la música que se está oyendo por los altoparlantes y que ellos amenizaron calidamente la fría mañana de invierno, y los acompaña hasta la salida.
El, asustado, mira a su compañera y la ve muy entera, sobria y esbelta en sus tacones de 10 centímetros, como si nada hubiera pasado, mientras él ya no sabía de qué color estaba su rostro. Si sabía que ardía…
Guiños, palmoteos, sonrisas y… aplausos de todos los clientes y dependientes del supermercado, incluso alguien les regaló una gran barra de chocolate a cada uno.
Cuando ella se alejaba en su coche, él desde la parada del autobús le pregunta cómo se llama, cuál es su nombre. Ella riendo y casi gritando, al momento que el semáforo le da luz verde, le responde: Montserrat.
Contento sigue esperando el autobús, ahora por lo menos sabe el nombre de su amiga de cuerpo monumental, compañera ocasional en esa aventura especial e inesperada
El nombre de ella le resulta conocido y cercano.
Cuando se aleja, por la ventana del autobús lee los letreros del lugar, su vista se queda detenida en uno de tamaño considerable y con grandes letras, que dice:
Supermercado –MONTSERRAT – y con letras más pequeñas:
Vuelva, lo estaremos esperando, de aquí siempre saldrá feliz y contento.
Incluido en libro: Cuentos de Vientonorte
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