EL ACÓLITO

Por el año 1975, estaba estudiando quinto de primaria, en el pueblo y tenía compañeros como Hermés Niño, Gonzalo Guevara (q.e.p.d.), Luis Héctor Durán (q.e.p.d.), y amigos, como Hugo Porras, Prospero Gómez, Segundo Niño, Germán Mariño, etc.,, y otros más grandes, de la generación de mi hermano, y otros más pequeños, pues en el pueblo todos nos conocíamos, sabíamos la vida de los papás, en que trabajaban, de los hijos que hacían, donde estudiaban, o donde trabajaban etc., era una familia, que aún en Bogotá y fuera de Socotá, se siente más, porque cuando se habla con alguien, para conocerse, el tercer apellido es Socotá, por ejemplo, yo me presento, yo soy Nevers Ojeda, de Socotá.
Apenas tenía 10 años, el sacerdote, era el padre Luis Millán, más conocido como “el capitán veneno”, y varios de los amigos eran acólitos y el sacristán era Aristomeno Porras (q.e.p.d.). El padre me invito a colaborarle y los acólitos y el sacristán me animaron y así entre a ser parte de la iglesia, aun cuando no sabía nada de la evangelización, ni mucho menos de los oficios religiosos. Pero, que es, un acólito y entonces investigue: Acólito “es una persona que, sin tener estudios religiosos, ni ser ordenado, puede ayudar al sacerdote en la eucaristía y en algunos trabajos en el altar, en las celebraciones de la santa misa y en otras actividades de la liturgia.
Los acólitos, generalmente son niños, también se les conoce como “monaguillos”, y los monaguillos, se parecen a los monjes, por su vestidura, un monaguillo, es un niño vestido de monje que ayuda al sacerdote, es decir, ese monaguillo acólita al sacerdote, en las ceremonias religiosas.
Entonces, yo entre como acolito, a finales del mes de octubre, y conmigo, éramos seis, los acólitos y el sacristán, que le ayudábamos al sacerdote en sus celebraciones.
Todos los días había misa a las seis de la mañana, por supuesto había que madrugar y durante el día, se celebraban, matrimonios, rosarios, bautismos, y más misas etc.
El primero de noviembre, se celebra el día de todos los santos, ordenado por el Papa Gregorio IV, quien, en el año 835, lo decretó así, para la comunidad cristiana, para honrar a todas aquellas personas, que tuvieron una vida ejemplar, siguiendo las enseñanzas de nuestro señor Jesucristo; mientras que el dos, es el día de los fieles difuntos o más conocido como día de los muertos, y su objetivo es hacer oración, por aquellos que dejaron de existir.
Por estos días, es tradicional asistir al cementerio a participar, en el rezo del Oficio de los difuntos y asistir a las misas de réquiem. El cementerio, es el sitio más visitado, se convierte en una gran fiesta, donde los familiares y amigos, le pagan al sacerdote, para que haga los rezos especiales, en la tumba del que ya nos abandonó, con la convicción de que el ser querido que se marchó pasará a una mejor vida, a disfrutar de la felicidad eterna a la diestra de Dios Padre.
Por supuesto, todo el mundo quería, que el padre le rezara en la tumba a su ser querido, y así fue, los dos días; no la pasamos rezando en cada tumba, con ese calor que hace en el cementerio, yo era el único acolito, que acompañaba, al padre Millán en los responsos, el sacristán era el encargado de cobrar, valía diez pesos cada oración hecha por el padre en la tumba, los otros acólitos, se desaparecían.
Lo más agradable fue que el padre medio como cincuenta pesos y a los otros les dio solo, de a diez pesos. Con esa plata tuve para jugar billar, naipe y pirinola como seis meses.
El padre me dio permiso un fin de semana, para viajar a Tunja, y cuando regrese, los otros acólitos envidiosos, porque a ellos no les habían dado tanta plata, en las celebraciones del cementerio, empezaron a asustarme en la sacristía y a hacerme lo que hoy se conoce como bulling, hasta que me canse y ya no volví a la iglesia a acompañar al padre como acólito, esa fue toda mi experiencia, en la vida eclesiástica, solo duro veinte días.