Siempre quise ser eterna… una vez fui a comprar las tortillas. Ya era tarde, el día estaba oscureciendo y el comal de la tortillera comenzaba a ser más notorio por la brasa que lo mantenían caliente. En lo que esperaba que la señora despachara mi pedido, me quedé perpleja frente a aquella llama viva del fuego naranja que se movía ante mí. Mucho tiempo no pude apartar la vista de ahí. Estaba como hipnotizada. Comencé a desear se eterna, como el fuego, ser parte de esa llama, fundirme con ella ser cósmica… Poco a poco, mi temperatura fue subiendo y comencé a echar humo por todos mis poros. Creo que se me estaba cumpliendo mi deseo.
Mi regocijo llegó al límite cuando me sentí atraída hacia la llama y esta me absorbió. Me convertí en uno con el fuego del comal. Brillé, quemé, me sulfuré. Estaba en mi mejor elemento. Me sentía poderosa, parte de algo grande e importante: eterna, eterna por fin… Feliz… Hasta que la señora terminó de hacer las tortillas y nos apagó con dos baldadas de agua bien fría.