Confesión inesperada

—No digas nada –me dijo Rita cuando intentaba hablarle, poniéndome un dedo sobre los labios-.
Tomábamos un helado en una plaza de la ciudad colonial y creí de que era el momento apropiado para hacerle una importante revelación.
Sé que fue un gesto simpático de su parte, muy femenino, pero lo que quería decirle debía escucharlo sin demora. Me había enterado de cosas que dejaban maltrecha su reputación bien ganada de mujer seria. Ella, sin embargo, se paró de su asiento; abandonó el lugar y prefirió no escuchar nada.
Por eso decido –lo juro solemnemente- tomarme el atrevimiento de hacerlo público. Para ella va a ser peor porque con un simple “click” en unos segundos mucha gente conocerá su secreto. No quiero arruinar reputaciones pero mi querida amiga de infancia no me ha dejado otra alternativa.
Bien. Ahí les va –escribo esto en una servilleta y luego lo digitaré al llegar a casa- Rita Martínez… (ella regresa de repente y tengo que detener mi nota). Me aborda de inmediato:
—Hace tiempo que esperaba este momento –me dice-. Sé que tú sientes lo mismo por mí y que no te atrevías a confesarlo por esa timidez que te caracteriza. –(Entonces me besa apasionadamente y yo le correspondo efusivamente).
Me he quedado turbado, sin saber qué decir, mientras Rita, con una sonrisa coqueta, me pregunta:
—¿Era eso que lo que querías decirme, ¿verdad, amor?

Alberto Vásquez.