EL DILEMA
Subí corriendo las escaleras hasta el tercer piso del Hospital Militar, donde funciona la Unidad Coronaria.
- Apúrese –me dijo el médico- su padre agoniza. Está muy agitado. Pide insistentemente hablar con Ud.
Con solo verlo, entendí que ya se moría. Me senté a su lado y, antes que pudiera decir nada, mi padre mirándome a través de sus ojos entrecerrados dijo;
- Tenés que hablar con Horacio...tenés que hablar con Horacio –repitió, y con un suspiro apenas audible, agregó- perdón, hijo, perdón, perdón...
Fueron sus últimas palabras. Ya no pudo seguir hablando. Entro en un coma del cual ya no se recuperó. Dos horas después estaba muerto. Esa misma mañana mi padre había sufrido un infarto de miocardio. Fue llevado rápidamente al hospital, pero ya nada pudo hacerse.
Siguieron días de trámites, el funeral, contestar los saludos, las visitas de amigos y parientes. Quedábamos mi madre y mis dos hermanas mayores, que ya no vivían con nosotros, ambas estaban casadas.
Cuando ya habían pasado dos tres semanas del funeral, charlando con mamá una tarde le dije:
- Mamá –en sus últimas palabras- papá me pidió que hablara con Horacio, ¿tenés alguna idea de por qué habrá dicho eso?
Para mi sorpresa, mi madre rompió en llanto y tuve que ayudarla a sentarse.
- No quiero perderte -me dijo sollozando- no quiero perderte y nos quedamos abrazados largo rato hasta que se tranquilizó.
No volví a hablar de esto con mi madre al ver su reacción, pero de repente sentí que me asomaba a un abismo sin fondo, cuya existencia sin embargo, siempre había intuido.
Mi padre mencionó a Horacio. Se refería sin dudas a Horacio R., quién había sido su mejor e íntimo amigo de toda la vida, también médico militar retirado como mi padre.
Cuando lo llamé por teléfono y le comenté el motivo de mi llamada, quedó en silencio un largo rato, sentía su respiración pero no pronunciaba palabra. Hasta que repetí:
- Horacio, ¿me escucha? Las últimas palabra de mi padre fueron que hablara con Ud. ¿sabe por qué me pidió eso?
- No se que contestarte. Esperaba tu llamada –dijo- pero ahora me dejás sin palabras.
- ¿Pero Horacio, sabe por qué mi padre me pidió que hablara con Ud.?
- Si muchacho -dijo después de algunos segundos- tenemos que reunirnos. Te espero en casa, pero no puedo decirte cuando en estos momentos. Dejame algo de tiempo, unos días, para organizar todo. Yo te llamo cuando tenga todo listo.
Pasó una semana de angustia y a medida que pasaba el tiempo mi impaciencia iba en aumento.
Finalmente un viernes me llamó. Me esperaba en su casa el domingo a las nueve de la mañana.
Cuando llegué el domingo, me abrió la puerta Elsa, su esposa. Nos conocíamos por supuesto de toda la vida. Era evidente que había estado llorando y noté un reflejo de tristeza en su mirada.
Sin embargo nos saludamos cordialmente como siempre y me hizo pasar a una habitación que Horacio usaba como escritorio o biblioteca.
No estaba solo. Había tres hombres con él.
Elsa sirvió café para todos y se retiró, cerrando la puerta al salir. Horacio luego de las presentaciones, dijo:
- Tu padre quiso decirte esto personalmente, pero nunca encontró un momento oportuno. Ahora su prematura desaparición me deja a mi la tarea de decírtelo, según el compromiso que asumí con él.
Entonces uno de los tres, supongo el de mayor rango, comenzó a hablar:
- Me llamo Luis. Cuando Horacio me pidió que concurriera a esta reunión, mi primer impulso fue negarme.
Son temas que uno trata de no recordar. Pero he venido por respeto a la amistad con que me honró su padre, y porque creo que Ud. tiene derecho a saber la verdad.
Como sabe, nuestro país ha vivido hace unos años un terrible desborde de violencia por parte del estado. Todos vimos cosas terribles e hicimos cosas terribles. Pero era una época terrible. Nos pone muy tristes revivirlo Pero en esa época éramos jóvenes y simples oficiales subalternos obligados a callar y obedecer.
- Pero como ya dije, no pude negarme, mi aporte, ni tampoco los camaradas aquí presentes. Pero solamente daremos testimonio de lo que recordamos o podemos decirle. Le garantizo que nuestro testimonio será exacto y verdadero, pero no habrá diálogo ni contestaremos preguntas. Sólo hablaremos si Ud. está de acuerdo con las condiciones que acabo de expresar, dijo mirándome a los ojos.
No lo estaba en realidad. Tenía miles de preguntas para hacerle, pero entendí por la determinación que demostraba, que sus condiciones no eran negociables. Además, los otros escuchaban y era obvio que respaldaban sus palabras. Además quería escuchar lo que tuviera que decir.
- Estoy de acuerdo, dije.
Uno tras otros brindaron su testimonio Así me enteré del terrible secreto de mi origen, aunque siempre de alguna manera, tal vez sin saberlo yo mismo, lo había sospechado: era hijo biológico de una desaparecida, una mujer cuyo nombre de guerra era Laura.
Laura y su grupo habían llevado a cabo atroces atentados terroristas y era buscada intensamente por las fuerzas de seguridad, hasta que finalmente, una madrugada la embotellaron a ella y su grupo en una casa.
- Allí se produjo un enfrentamiento armado que luego de una feroz resistencia, terminó con la vida de todos ellos. A mi me encontraron milagrosamente ileso después del enfrentamiento.
Fui rescatado por un joven oficial médico que me ocultó bajo su grueso abrigo para protegerme con su propio cuerpo, porque algunos exaltados querían rematar a los heridos y a mí, a pesar de ser un bebé en sus pañales.
Me llevó a su casa, donde fui cuidado y criado como otro hijo más, ya que tenían dos hijas mujeres, niñas pequeñas en esa época.
El único pariente biológico vivo que me quedaba era el padre de Laura. Mi abuelo Carlos M. Me dieron su domicilio actual. Había sido profesor universitario y ahora estaba jubilado y retirado de toda actividad. Jamás había intervenido ni conocido las actividades de Laura, hasta que fue notificado de las circunstancias de su fallecimiento.
Fui a verlo un domingo a la mañana. Cuando abrió la puerta noté la sorpresa en su rostro. Después de unos segundos dijo:
- Tenés sus mismos ojos. Sos mi nieto, el hijo de Carmen –el verdadero nombre de Laura- ¿no es verdad?
- Si señor, así es. He venido a conocerlo.
- Pues vamos adentro. Tenemos mucho de que hablar.
Era un conversador entretenido. Me contó muchas anécdotas sobre mi madre,
su única hija, sobre su carácter y como jamás sospechó las actividades que la llevaron a su trágico destino. Era viudo y vivía sólo.
Pero, y esto me asombró, no era una persona triste ni amargada. Era jovial, alegre, activo y culto e inteligente.
Me pregunto mucho sobre la familia que me había adoptado. Quería saber hasta el último pormenor de mi vida. Se alegró mucho cuando le conté que estaba próximo a terminar mis estudios de medicina.
Finalmente, cuando nos despedíamos, me preguntó que pensaba hacer de ahora en adelante que sabía mi verdadera identidad.
- Veo que ellos, dijo, que hicieron un gran trabajo como padres. Te cuidaron y educaron. Estoy seguro que son gente maravillosa.
- Si abuelo, dije, lo son y amo a mi familia.
- Gracias por llamarme abuelo –dijo y viendo mi indecisión, agregó- no tenemos que hacer nada por ahora.
Vení a visitarme todas las veces que quieras. Yo estaré siempre feliz de recibirte.
Ahora estás atrapado en un terrible dilema moral. Tendrás que tomarte algún tiempo para decidirte Mas adelante se verá lo que ha de hacerse, ¿no te parece?, pero quiero que sepas que estaré incondicionalmente de acuerdo con cualquier decisión que tomes.
En el viaje de vuelta a casa, razoné que tenía razón. Mas adelante veremos.
Lamento que mis dos familias jamás llegarán a conocerse.
Cuando llegué a casa y vi, a mi madre, con esa cara de preocupación que mantenía desde el día que le pregunté por Horacio. Seguramente ella también había hablado con Horacio y estaría al tanto de lo que habían informado en la reunión.
Quise darle a entender que la amaba como un hijo ama a su madre, porque es lo que siento en realidad, pero debo hacerlo casi sin palabras, más bien con gestos.
Al llegar le di un fuerte abrazo y luego, casualmente, le dije:
- Mamá, no te conté que hace unos días me reuní con Horacio, ¿no?
- No me contaste nada, respondió palideciendo, ¿de qué se trataba?
- No era nada importante, mamita. ¿Te gustaría que tomemos unos mates? yo lo preparo. Traje ese cheese cake que tanto te gusta.
- No, dijo con los ojos húmedos, lo preparo yo y se dirigió enseguida a la cocina.
Noté que lloraba en su alegría. A mi también se me llenaron los ojos de lágrimas. Ambos lo notamos pero ninguno dijo nada y jamás volvimos a tocar el tema. Cada día nos sentimos más unidos.
Si, estoy atrapado en un dilema moral, pero como dice mi abuelo, más adelante se verá lo que ha de hacerse.
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