En este horizonte de eventos en el que me encuentro puedo ver la luz agazapada e hincada al borde del precipicio infinito de las verdades.

Un hito perspicaz e innato de las palabras. Como un arrebol fructuoso dentro del mito de las entrañas.

Una muralla clara y oscura que delimita el jovial deseo de desaparecer en el acto. Una utopía en las manos trabajosas del último creyente cristiano.

Soy testigo clarividente del futuro insensato. Partícipe de la caída libre al agujero del odio. Un nuevo círculo en el infierno de la mente. Un nuevo valle en el campo invisible de los pensamientos.

Soy un pequeño regazo oxidado en el vórtice cúlmine del tiempo ingenuo. Ahí mismo sostengo la luz como un hacha lista para acertar el golpe atenuante de los cálidos pasajes estelares.

Los brazos me pesan y la luz se lanza inquieta por el ventanal vertiginoso de la oscuridad absoluta.

Un llanto ahogado en el resplandor del pestañeo que juzga. Una división irregular que danza entre los números que adornan el firmamento. Como hojas secas sobre el verde pasto, como aves preñadas volando alto, como un ciego mirando los acordes de su guitarrón arcaico.

El silencio crece, está ahí: viene viajando.

Llega descontrolado, toca furioso mi puerta y la luz en picada se desintegra.