Hay weás de las que hablar a veces como la poesía. Pero, los poetas siempre están ahí para decirme que no es poesía, si no que monologías y después de ello me lanzan migajas para ver si aprendo y emprendo el vuelo.

Me han hecho dudar y son esas weás las que me irritan a pesar de no ser portador de verdades ni mentiras.

Hablar de poesía es terminar con la guata llena después de una buena comida. Es mirar el reloj y que ya sea hora de salir de clases o el trabajo. Es caminar y encontrarse plata. Es ahogarse gritando en el agua helada.

Si vamos a volar, no despeguemos.

Esperemos que la Tierra se caiga y quedemos suspendidos como los frágiles dientes de león que flotan irreverentes portando deseos de frágiles niños ingenuos y frágiles partículas de polen al viento. Esperemos que la Tierra caiga y escuchemos ese sonido indescriptible e inigualable que jamás ha sido escuchado, eso es poesía.

Un juego, un cordial saludo, un destello, una brisa, un dilema. La poesía es la mínima y máxima exageración de la interpretación humana. Un horror en la pesadilla de la bondad, una grieta en la porcelana de la vida, un respiro bajo el agua del asombro. La poesía es errar mil veces y dar vuelta la pieza para ver si calza nuevamente en el rompecabezas permanente del tiempo.

Weás, po.