COMPLICIDAD FILIAL
Siete horas se han utilizado en aquella cirugía a corazón abierto. El paciente permanece bajo los efectos de una anestesia general, conectado a una máquina corazón-pulmón o bomba de derivación que agrega oxígeno al torrente sanguíneo y hace circular la sangre hacia las otras partes del cuerpo durante la operación. Esto, porque es imprescindible que el músculo cardíaco esté detenido antes de que se realice el injerto previsto.
Luego, otro cirujano, después de haber realizado una incisión en la pierna del paciente le extrajo la vena Safena de la parte interna de la extremidad inferior que se extiende desde el tobillo hasta la ingle. La falta de esta vena no implicaba mayor riesgo para el paciente ni para su extremidad debido a que este canal sanguíneo realiza solamente el diez por ciento del trabajo de llevar la sangre de regreso desde la pierna hasta el corazón.
El siguiente paso del proceso quirúrgico fue utilizar la vena extraída para que mediante un injerto se creara una desviación o “bypass” alrededor de la parte bloqueada de la arteria coronaria para restaurar el flujo sanguíneo al músculo cardíaco. Para finalizar la intervención fue necesario unir de nuevo el esternón con alambre quirúrgico y saturar la incisión.
El paciente estuvo todavía trece días más en el área de recuperación postoperatoria del lujoso hospital donde fue intervenido con éxito. Durante ese tiempo extrañó muchas cosas, principalmente la compañía y los mimos de sus nietas, sobre todo, de aquella convivencia de amorosa complicidad filial con Alejandro, su pequeño y querido nieto. Finalmente aquella mañana, su hija con el esposo de ésta, fueron por él al nosocomio y lo llevaron de vuelta a casa.
Al llegar a su domicilio, ya lo esperaba la familia en pleno, sus hermanas y hermanos, sus hijos y sus nietos y algunos allegados al núcleo familiar que en verdad lo estimaban. Luego lo de costumbre, felicitaciones por estar de regreso, palabras de ánimo, muestras de sincera alegría, alguna lágrima furtiva producida más por los brindis previos que por la emoción de su regreso, algunos obsequios y arreglos florales que le hicieron decir:
—¡Carajo, ni que me hubiera muerto!
Después, cansado de tanto ajetreo, pidió que lo llevaran a su habitación. Fue conducido a ella con extremos cuidados y mimos que le parecieron una exageración. Lo ayudaron a recostarse y lo dejaron solo para que pudiera descansar. A los pocos minutos la puerta se entreabrió muy despacio y por el hueco que se formó se vio la carita traviesa de su nieto Alejandro que a señas le pedía permiso para entrar. ¡Desde luego que el permiso le fue concedido!, el niño se acercó lentamente hasta la cama de su abuelo y apesadumbrado, casi para llorar le dijo:
—Abuelito, mamá y mis tías dicen que no puedes jugar conmigo.
— ¿Verdad que si puedes?... ¡anda di que sí!
El viejo sonrió con alegría y sólo por consentir al nieto le contestó: — ¡Claro que sí mi niño, jugaremos!
El muchachito, que a lo sumo tendría cinco años, pero que era más crecido para su edad, entre saltos de alegría abandonó la habitación, el abuelo pensó que con ello quedaba zanjado el asunto y sin grandes dificultades se quedó profundamente dormido.
Un rato después el chiquillo regresó a la habitación, llevaba entre las manos una máscara como las que usan los luchadores de lucha libre, se acercó a la cama del convaleciente y lo vio profundamente dormido, en su inocencia pensó que estaba fingiendo como muchas veces antes el viejo lo había engañado para hacerlo desesperar. Entonces con destreza inusual para un niño de esa edad, se colocó la máscara y la anudó con firmeza, luego entre dientes le dijo al abuelo:
— ¡Ahora sí abuelito, te voy a ganar!
De un brinco se trepó a la cama, se paró en una esquina de ésta y desde una tercera cuerda de un ring imaginario se lanzó sobre el abuelo en una perfecta “Plancha”, cayendo con fuerza sobre el cuerpo laxo del viejo. Al impacto el hombre lanzó un alarido y abrió con desmesura los ojos, el niño pensó que era parte del juego y con la destreza adquirida viendo lucha libre por televisión, le aplicó sin piedad al anciano una serie de llaves propias de este deporte, palanca al brazo, “el candado”, “patadas voladoras”, mientras el pobre hombre poco a poco dejaba de poner resistencia. Luego en el trámite de una Hurracarrana* el abuelito consentidor dejó de existir.
*Hurracarrana. Movimiento de combate en la lucha libre.
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