Ayer me enojé mucho con Dios, no sé si impulsado por la envidia o por el odio. Sé que la envidia es un disfraz que nos ponemos para ocultar la admiración. Se envidia siempre al virtuoso, y cuando nos supera no nos queda más remedio que la admiración. No podía ser odio, si entendemos en ello una sensación real o imaginaria de que alguien nos desea el mal. Existiendo tantos ejemplos de bondad o virtuosismo concluyo que mi enojo se debía a otra cosa.
OTREBLA
Texto agregado el 15-07-2017, y leído por 98
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