Una mujer fea como árbol quemado
duerme en la memoria de mi olvidada historia.
No soy ni fui de la estética minimalista
pero tanta fealdad concentrada
era como gota de agua secada por la sal.
Nada para ver
su rostro era duro como piedra o fierro de riel
sus ojos eran dos lámparas extintas
y sus manos espadas de hielo.
Era fea sin objeción alguna
en el barrio ni los postes la miraban
y los niños corrían como asustadas crías de tórtola
solo con ver la sombra que la antecedía.

Nunca nadie la quiso
no hubo nunca seductor alguno que quisiera engatuzarla
y el diario de la provincia le negó portada
cuando en broma la eligieron reina de la primavera.
Ella se hundió para siempre en el mar de la melancolía
se sintió deshecha y despedazada
y rompió hasta el último espejo a kilólemetros a la redonda.
No sé como ni por qué
porque nunca hice preguntas acerca de lo que vi
simplemente se puso delante de mí
y sentí que mi alma y mi corazón temblaban
como el techo de los más pobres
cuando el viento se embrutece y se embriaga en remolinos.

Una mujer fea para todos
de sus zapatos a su pelo
y de sus caderas hasta sus senos
llegó a hundir su presencia en la mía
como quien hunde sus manos en agua virgen
y lava sus ojos de la ceguera cotidiana
que no ve más allá de las cáscaras
y no mira en lo profundo
donde todo cambia de nombre y de color

Una mujer fea para el espejo del qué dirán
llenó mi vida y mi cuerpo de límite a frontera
y la dejé viviendo conmigo
sólo frente al espejo que mis ojos ven.