Te divisé. El sol, emergiendo desde el oriente, coloreaba tus alas en matices iridiscentes, hermoseando todo. Brillabas, reflejando sobre ti la luz de los incipientes y cálidos rayos.
Tu aspecto, tu belleza, eran inigualables. Revoloteaste a mí alrededor exhibiendo tus colores, dejando que extasiada te observase.
Lentamente me arropaste, susurrando dulces palabras tiernas que despertaron mi alma, acunándola en tu arrullo. Más no me confié, y cuando quisiste llevarme en vuelo, preferí quedarme en tierra. Tú, volaste lejos.
La segunda vez me tomaste por sorpresa, ambos compartíamos lejanías, pero hablábamos el mismo idioma. Ya no eras ser de aire, sino de tierra. Tu soledad eclipsó la mía. Se quebró mi voluntad hasta hacer casi imposible seguir siendo su dueña.
Por salvarme, cerré puertas y ventanas. Lloré tu pérdida, aún dueles. Has de saber lo poderoso de tu huella.
Te volví a ver, esta vez emergías de un lago oscuro, profundo. Tu figura se recortó en la niebla. Tus ojos hambrientos fueron dos brazas que me perforaron. Tu boca lanzaba llamas de fuego. Aprestaste tus garras - cazador iracundo - te lanzaste raudo al corazón de tu presa.
Mantuve la calma, te miré implacable, escondí el miedo, disimulé el frío.
Sé a lo que me enfrento; eres el amor, escapo y por no llorar, me río.
M.D
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