Se enardecían sus ojos cuando me veía, detrás de la negrura de sus gafas de sol, parecían dos bolas de fuego viajando a velocidades extraordinarias a través de la nada. Recuerdo que al saludarnos medíamos el abrazo, ni tan entrañable que traicionara nuestros sentimientos escondidos, ni tan indiferente que diese lugar a la sospecha y otro tanto ocurría con las palabras que nos dedicábamos uno al otro, cada una conservaba su justa medida, su tiempo, su coloración, su temperatura, su modulación precisas...
No sé decir con exactitud que pasó ese domingo que volvíamos del café...
No sé que extraña crueldad me hizo dejarlo dormido en el jardín la noche del eclipse...
Sólo se que desde entonces acostumbra aullar, cuando es luna llena.

Yo no quise dejar que se enfriara esa noche. Hipotermia. No sé como decirselo.