Caballo Blanco
- La esperanza, hijo mío, no es más que una muy inteligente mentira que te satisface momentáneamente.
Miré a mi padre perplejo sin entender lo que decía. A los siete años, creo que no conozco el significado de muchas cosas.
Lo vi salir. Estaba lloviendo. No llevaba paraguas, así que traté de alcanzarlo para avisarle, pero ya estaba muy lejos cuando llegué a la puerta y ya no escucharía mis gritos. Fui en busca de mi mamá, quién tranquilamente trataba de guardar una manta en la parte más alta del ropero, encaramada en una silla artesanal.
- Mamá... mamá... ¡mamá!
- ¿Dónde dejaste tu libro de matemáticas, Manuel? - me dice sin voltear a verme, con una voz húmeda.
- En mi pieza - respondo sin pensar en el por qué de la pregunta.
- Has tu tarea.
- Es fácil, no me voy a demorar mucho, pero mamá, ¿por qué mi papá no llevó paraguas?
Hubo un silencio. Me preocupé en ese minuto porque no se rompió de inmediato. Desapareció sólo cuando los zapatos de mi mamá llegaron al piso y caminaron hacia el baño rápidamente.
Decían mis compañeros de escuela que mi papá no volvería y que tendría que trabajar para poder ayudar a mi mamá en la casa. Yo sólo me dedicaba a jugar en ese tiempo.
Mi madre me decía que lo que más tengo que querer y cuidar es a la familia. Me lo decía todos los días después que mi padre salió. Yo le encontraba razón, pero no entendía el por qué de su insistencia.
Mi padre llegaría en unos días, según mi intuición. Así que, secretamente, empecé a dibujar un regalo para él. Le gustaba el campo y los caballos, así que ese sería mi tema. Al llegar de la escuela, me quedaba unos diez minutos pintando. Mi mamá no tenía que verme porque podría arruinarse la sorpresa, así que cuando venía a ver lo que estaba haciendo, ponía encima del dibujo, otro, hecho hace mucho tiempo, cuando tenía seis años.
Pasaban los días, y me iba poniendo cada vez más triste.
- ¿Mamá? - pregunté, cuando me acerqué a ella mientras se acostaba. - ¿conoces caballos blancos? - se me había acabado el lápiz café.
- Sí - me responde con una sonrisa - tu abuelo tenía uno. Era el más grande de los caballos.
- ¿Mamá?
- ¿Qué pasa, Manuel?
- ¿Mi papá está enfermo?
Mi mamá me mira con cara de pena y curiosidad.
- No, él está bien.
- Es que el otro día no llevó paraguas cuando estaba lloviendo - mi madre sonríe tiernamente, cómo lo hacía cuando abrazaba a mi papá.
- Él está bien.
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Un mes después, cuando tenía listo dos dibujos muy buenos como regalo para mi papá, el primero era de unos caballos y el otro de nuestra familia de tres, llegó.
Estaba de buen humor, pero no abrazó a mi mamá, quién quería un abrazo, según creo.
Fui a buscar los dibujos apenas lo vi por la ventana y se los di cuando lo abracé. Le gustaron mucho.
- Vengo a buscar ropa - dice con voz seca.
- Llévatela.
No entendía para qué quería ropa mi papá, pero no importaba, ya estaba de vuelta y no se había resfriado.
Después de un rato, mi papá va a mi pieza y me abraza. Siento que es la vez que más tiempo me ha abrazado. Entendí que se iba de nuevo.
Me propuse en ese mismo día hacer tres dibujos en vez de dos para cuando volviera.
Pasaron los días nuevamente, y conseguí más colores en mi escuela, así que no hubo más caballos blancos.
Creía que mi papá volvería cerca de un mes después, como había pasado antes. Pero las circunstancias eran diferentes, porque no sentía que lo iba a ver pronto, aunque las esperanzas siempre estuvieron.
Así pensaba en ese entonces, y las esperanzas no me han abandonado. Aún conservo los dibujos en una carpeta bajo los libros de ingeniería en el estante.
Me gustaría que conociera a su nieto. Él dibuja caballos mejor que yo.
FIN |