El viejo tuerto vio en Ahpú a un ser con un gran talento, un talento que en sus setenta y cinco años jamás había visto, menos aún acompañado de una energía envidiable y de un entusiasmo inalterable, el único mal que observaba en el chico, y como lo es normal en todos a temprana edad, era muy dócil, muy fácil de convencer con cualquier platica, y creía todo aquello que los demás le decían. A eso el chaman le llamó La vasija de espíritu ajeno, pues en Ahpu se producía un cambio cuando alguien decía algo con tono urgente o imponente ya fuera así tan verdadero o una falacia bien elaborada, y así, de esa manera tan fácil la idea anidaba en su espíritu y por tanto en su mente. Si alguien le decía que debía dormir en una rama, el lo hacía sin titubear, si otra persona le susurraba que era un inútil el terminaba creyéndolo y se comportaba como tal. Quizá por eso no aparto a tiempo su brazo cuando aquel hombre bravo se lo aplasto con la pesada roca, fue porque el gigante lo convenció a quedarse quieto con su mirada aterradora. El antiguo, el tuerto chaman estaba dispuesto a hacerle ver su flaqueza, y no permitir que las personas dominaran su espíritu mediante el convencimiento de palabras que al final de cuentas viene a ser un hechizo oscuro o un encantamiento blanco. Y a este nuevo hechizo de abrir sus ojos para estar alerta y preparado le llamo Despertamiento del espíritu propio, para no permitir la entrada de un espíritu ajeno. Pero antes debía ir a comer, pues el olor de la carne asándose siempre le daba entusiasmo y en la aldea ya empezaba a prepararse las comidas pues estaban en la hora de reponer las energías por el trabajo duro en la tierra, en los ríos y bosques espesos. Ya los hombres volvían con sus manos callosas, sus rostros cansados y sus pieles bronceadas, era el arte de vivir quien dirigía sus pasos, era el tiempo cuando ya no caían mas lluvias y la tierra se sanaba y la abundancia era prometedora, era la tierra entonces codiciada por muchas otras tribus…