Queridos amigos
Con toda humildad declaro que pertenezco al PUP, benéfica institución creada por mi gurú espiritual regiomontano don Hermenegildo Torres (QEPD). Para aquellos que no saben que significan las iniciales, aunque pertenecen al club (todos pertenecemos), les diré que es “por la unificación de los pend…” Claro, no falta quien diga de todos modos que él o ella no pertenecen. Tienen razón: ellos se clasifican en “pend… y presumidos (PYP)”.
Lo que sigue a continuación, la verdad no sé si se me ocurrió a mí, o lo más seguro es que lo escuche en mis tertulias alcoholo-nutricionales en la aristocrática cantina “la suerte loca”. Ahí les va:
“¡Ah cabrón!”, El padre Coruco estaba ejerciendo el apostolado de la nalga —quiero decir que estaba confesando—, y desde el confesionario alcanzó a oír a un individuo que una y otra vez repetía en voz alta aquella expresión interjectiva: “¡Ah cabrón!”. Fue hacía él y le amonestó paternalmente: “Hijo mío: la casa de Dios no es taberna, figón, cantina, tasca o bar donde se pueda maldecir. Menos aún es lupanar, mancebía, prostíbulo, romería o congal que admita términos altisonantes. Te ruego que moderes tu vocabulario, y en vez de proferir malas palabras uses piadosas jaculatorias de las cuales la Santa Madre Iglesia tiene abundante repertorio. Puedes exclamar, por ejemplo: ¡Mano poderosa!, ¡Dulces nombres!, ¡Santo cielo! O incluso: ¡Válgame Dios!, pero no aquel apóstrofe plebe, propio del vulgacho, que te oí pronunciar en voz alta”.
“Discúlpeme, padre —se apenó el sujeto—. Usé aquella imprecación porque sucede que, como usted ve, soy blanco. Mi esposa es blanca también. Me casé con ella hace seis meses, y ayer dio a luz un bebé negro”.
Entonces el padre Coruco dijo: “¡Ah cabrón!”.
|