Casa blanca, que no escapa al chorro beligerante del spray que en manos del Chivo es arma letal. La impecable palidez del muro se tiñe de consignas ininteligibles y su arquitectura ahora desfallece y se ofrenda a los dioses del desacato. Metros más allá, una hermosa puerta recibe la injuria morada en su pulida faz de roble antiguo. Risotadas absurdas premian este acto heroico, galardonado con un larguísimo trago de chela para que los denuestos y escupitajos se precipiten sin obstáculos por el gaznate del hechor. En dos horas, son cientos de fachadas, puertas y muros los que reciben la visita de estos ángeles de los graffitis, que vuelan de casa en casa estampando como las moscas su pensamiento a modo de excrementos de colores. Rectángulos y cuadrados, caen rendidos sin que ninguno escape a su desatado vandalismo.

Rectángulo blanco, plumón que se ofrece para que el hombre haga gala de sus virtudes. Rectángulo blanco que no recibe ni el arañazo ni la mácula. Voz que se eleva omnipotente para increpar al Chivo y anotarle un oprobioso rojo para sus ignorantes faltriqueras. El pizarrón parece dislocarse en una risa a mandíbula batiente que golpea la enrojecida faz del humillado Chivo...