Después de almorzar en una cafetería barata, entré a la Universidad para ponerme a ojear algunas de las tesis que dejé a medias el otro día. Con mis apuntes y un lapicero empiezo a citar lo que me servirá para mi trabajo. La información es abundante y lamentablemente no pude sacar copia a la tesis porque estaba prohibido. Lo único que podía hacer era copiar a mano. Esa actividad me tomaría horas y horas. Creo que sería de gran ayuda que todos los investigadores pudieran sacar copias a las tesis. Más de cuatro horas estuve copiando la tesis y creo que estaría un par de horas más. Mientras leía se apareció un compañero llamado Jesús.

Me sentía tremendamente hastiado por la tesis, pero la presencia de mi compañero me dio cierta alegría. En determinado momento Jesús sacó una cámara digital. “¡Te tomo una foto!” -me dijo. “¡Debes estar loco, no, no, no, no, nada de fotos!” -le dije molesto. No me gustaba la idea de que me tomaran una fotografía dentro de la biblioteca. Me daba vergüenza. Ante su insistencia tuve que ceder. Posé para la foto durante treinta segundos. Al fin logró tomar la imagen, pero me rehusaba a verla: “más tarde me enseñas la foto” -le dije sin mucho interés. “Acompáñame al paradero, ya me voy” -me dijo. Decidí acompañarlo y de paso marcharme a casa porque ya era tarde.

Devolví la tesis y ambos salimos de la biblioteca. En el camino pasamos por un pequeño parque que quedaba entre la biblioteca y el Rectorado de la Universidad. Jesús se sorprendió al ver ese lugar repleto de árboles, y es que hace unos años todo eso era un arenal. Jesús no sabía que dentro de ese hermoso jardín existían rosales. Me vino a la mente tomarme una foto. “Mira, tómame una foto ahí adentro” -le dije.

Entramos al jardín, era un lugar maravilloso donde uno podía perderse entre arbustos y árboles. Encontré un lugar perfecto, le dije a Jesús que estaba preparado para la primera foto. ¡QUÉ!, ¿primera foto? Sí, así es, porque después de esa foto le pedí que tomara más y más pero de diferentes enfoques: parado, tocando las rosas, a veces serio, sonriendo, en fin. Llegó a retratarme hasta 20 veces. “¿No me dijiste que te daba vergüenza tomarte fotos? -me dijo sorprendido.

En el camino pasamos frente a la huaca de San Marcos. “Aprovecharé que Jesús tiene la cámara para tomarme una foto allí” -pensé. Él acepto. Subimos hasta la parte más alta de la huaca y la vista desde allí era eminente. Desde esa altura se podía ver el aeropuerto y el océano pacífico. Me tomó 15 fotos. Bajamos del recinto y seguimos nuestro camino.

Estábamos cerca del paradero cuando le pedí nuevamente que me tomara un par de fotos, pero esta vez en la entrada de la Universidad, cerca del escudo. “¡Más fotos!” -me dijo sorprendido. Como era un lugar concurrido de estudiantes, me cohibí un poco, por eso solo me tomé una fotografía. No sé si a Jesús le habrá causado cierta amargura por todos mis caprichos. ¡No lo sé! Lo cierto es que nunca mostró algún signo de incomodidad. Me despedí de él.

Pasado una hora entré a una cabina pública de Internet para revisar mi correo y ¡sorpresa!, Jesús ya me había mandado todas las fotos. Estaba ansioso por verlas. “¡Caramba!, son muchas” -me dije sorprendido. Al verlas recién me di cuenta que no salieron como yo esperaba que salieran. En realidad no quería ser el foco principal de la foto; me interesaba que se notaran las rosas, el bosque, la huaca, el océano y mi Facultad. Pero nada de eso resaltaba. Eran tantas las fotos pero ninguna me satisfizo. La próxima vez, haré que me retrate un fotógrafo profesional. ¡Es una broma!

Efrain Nuñez Huallpayunca
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