La música como la vida, más que arte, más que esencia, fulgurante luz que alumbra la mente, galante sinfonía de recuerdos que adornan el alma, murmullos de tiempo que regocijan el aire.
La música como señal de regodeo, de la más infinita calma, del llanto que cura, textura que impregna, morada de la nostalgia, camino seguro al júbilo, a la ternura, ausente de cordura.
La música como sentimiento, como enorme y atenta pupila, motor andante que hierve la sangre, evasión al hastío, a la penuria, invasión de energía pura, acompañamiento de la lujuria.
La música como amiga, leal y compasiva, sensación de dicha que recorre cada centímetro de la piel, deseo inmenso de libertad, augurio de buen día, la felicidad total, calma sin agonía.
La música como el todo, como inherente latido que mueve emociones, alborozado ritmo que retumba en el oído, sinónimo de amor, exultación desmedida, eterna acompañante del viajero sin prisa.
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