Una tormenta se acercaba. Lo podía sentir en el pecho, pues una sensación extraña cobraba vida desde lo más profundo de mi alma, las manos me temblaban y los pensamientos divagaban entre mil temas para olvidar la realidad.

No es mi primera tormenta. Ya he sobrevivido algunas otras, no obstante, esta sería más fuerte que ninguna. Lo supe al verla a los ojos. En ese instante, lo supe: había empezado.

Ella se encontraba allí, a unos pocos centímetros de mí; sin embargo, no podía sentirla, aunque sus manos tocaban mis mejillas. Su mirada apuntaba hacia mí, mas no me miraba. Estaba helada.

Luego, sin previo aviso, se alejó unos centímetros de mí y mis mejillas dejaron de sentirla. Fue la ultima vez que la sentí. Sus hoyuelos rosa ya no eran y la delicadeza de sus expresiones desaparecieron junto a su sonrisa. Allí fue cuando lo dijo. Los bellos momentos pasaron frente a mis ojos en un segundo. No pude escuchar ni mucho menos entender las palabras que salían de sus labios: los oídos se ensordecieron y soñé, en otro segundo más, con un último beso que jamás ocurriría. No comprendía todavía lo que sucedía.

Un nudo en mi garganta apareció y empezó a llover, pero no entendía aún el porqué. Un escalofrío recorrió cada centímetro de mi ser. Después, simplemente se levantó, abrió sus alas y jamás volvió a mí.

No moví ni un solo músculo durante horas. Hasta que el eco de sus palabras cobraron sentido.

"Ya no te amo más. Lo siento"