Iba al tranco, recorriendo la alambrada, revisando que no hubiera alambres cortados o postes rotos. Amanecía y a lo lejos, sobre un fondo de nubes rosadas, algunos caranchos volaban alto en círculos. Un animal muerto, pensé. No es raro. A veces un ternero al pisar una víbora sufre una picadura y muere. Apuré el paso.
Me encontré con un paisano que tranquilamente desollaba un ternero. No vi ningún caballo cerca. Estaba solo y de a pie. Un vagabundo.
- Buenos días amigo, dije, cuando mi caballo estuvo a cinco o seis metros
No me contestó. Levantó la vista brevemente y siguió cuereando. Manejaba bien el cuchillo, un facón verijero. Es del oficio pensé, hacía cortes precisos y rápidos. No me gustaría un enfrentamiento a cuchillo con un experto como éste.
Había degollado a un ternero y ahora lo estaba cuereando. Los caranchos más atrevidos o más hambrientos, chupaban la tierra empapada en la sangre que había brotado de la sajadura. A veces esta gente de paso, carnea un animal para llevarse solamente lo que pueden cargar, y dejar el resto a los caranchos.
- ¿es suyo el animal que está carneando? pregunté
- ¿y quién pregunta? respondió, irguiéndose con el facón ensangrentado en la mano
- me llamo Emiliano. Soy nieto de don Ciriaco, el dueño del campo... y del ternero
- ¿y si sabe que el animal no es mío, para qué pregunta, pués?
- ahhh, había sido retobado además de cuatrero. Sepa que estoy aquí para evitar estos robos, dije, abriendo mi chaqueta para dejar a la vista la empuñadura del revólver Colt .38 largo que siempre llevo en el campo.
- mejor mandate mudar o te cuereo a vos también, dijo, y volvió a desollar al animal
Me cayó muy mal su respuesta. Soy tranquilo y trato de evitar problemas, pero no soy de tolerar amenazas. Saqué el fierro y disparé un tiro al aire. El tipo se sobresaltó con el estampido, y todavía agachado, me miró sorprendido.
- te me mandás mudar ahora mismo -ordené- y ni siquiera te vas a llevar un pedazo de grasa para un puchero. Y rajate rápido, porque el próximo balazo te lo encajo en la rodilla y quedás rengo para toda la vida, si es que no perdés la pierna.
Pero no hizo caso. Al contrario, se me vino al humo cuchillo en mano.
Tranquilamente tomé puntería y le a dos metros, le pegué un balazo en la frente, que lo paró en seco, arrancándole la mitad del cráneo.
Desmonté con el lazo en la mano y sujeté el tobillo del difunto, y me lo llevé a la rastra junto con el ternero, mientras los caranchos se disputaban los restos de la sangre del muerto y del ternero y los trozos del cerebro desparramados por el piso. Otros más me siguieron, picoteando los cadáveres.
Cabalgué hasta la orilla de la laguna que tenemos entre dos médanos, lejos de la casa principal. Tiene agua todo el año. Me interné hasta que el caballo estuvo con el agua hasta las verijas.
Desaté al difunto y lo dejé boca arriba. Le pegué varios puntazos en el estómago, para facilitar la salida de los gases de la descomposición y permitir que se hunda más fácilmente. Antes los dejaba sin pinchar y los cuerpos flotaban varios días como corchos. Un funeral demasiado lujoso para un gaucho rotoso y ladrón. No traía ni un peso en los bolsillos. Con estos calores los bichos lo dejarán en los huesos en dos días.
Salí de la laguna con el ternero a la rastra y me fui al tranco para las casas. Vamos a churrasquear lindo esta noche en el rancho y ya tenemos el ternero a medio desollar. Mañana charquearemos suficiente para varios meses.
No le voy a comentar nada de todo esto a mi abuelo. Dice que tengo que dejar de matar tanta gente, que algún día vamos a tener un problema, pero para mi no son tantos. Hay lugar en la laguna para muchos cuerpos más.
Yo no lo vi, nunca en mis 30 años, pero dice el abuelo que un año de una gran seca, la laguna quedó sin una gota de agua, se secó hasta el fondo. Dice que si volviera a suceder quedarían a la vista las osamentas de docenas de personas, a muchas de las cuales las mató el mismo, incluso desde antes que yo naciera.
Antes echaba a los cuatreros mediante amenazas, pero era inútil. Volvían en cuanto yo me iba y sacribicaban reses. El abuelo se agarraba unas rabietas monumentales y después descontaba el valor del ternero de mi sueldo de mayordomo.
El lleva nota de las pariciones y cuenta los terneros que llegan a la señalada. Y guay que falte alguno. Hay que ver como se pone. Es una fiera cuando está enojado.
Así que ahora al que agarro robando lo fusilo y a la laguna. Fin del problema.
Son vagabundos y nadie jamás pregunta por ellos.
Pero el abuelo no dice nada si carneamos un animal para consumo familiar, porque siempre tengo cuidado de llevarle un costillar, su corte preferido. Mejor churrasqueamos esta noche tranquilos y no le digo nada.
Mañana le llevo el costillar y le digo que lo carneamos nosotros. Se va a poner contento. Total que el abuelo jamás va a la laguna donde siembro a los muertos, y menos todavía con estos calores.
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