Deberíamos vernos más las caras. Esas caras felices, tristes y cansadas del puerto que nos da la oportunidad de cruzar sus calles, comprar sus cachureos, caminar sus veredas y respirar su aire.

Deberíamos ver más las manos de los que nos acompañan y tomarlas cuando pidan pan.

Deberíamos levantar los ojos al cielo y respetar el vuelo y los techos de los edificios que se llenan de costras del tiempo y del trabajo.

Hay veces que desconozco esta ciudad infantil y púber. A veces la reconozco de otros tiempos. Pero la mayoría de las veces, la conozco demasiado bien.

Quiero reconstruir Valparaíso con palabras y sentimientos, y que lata el corazón temible de los barrios más escondidos de los cerros. Esos donde los niños llenan estadios pateando a arcos invisibles con una botella callejera, los perros sedientos encuentran sus mansiones de cartón y papel y los gatos arañados juegan a enamorarse en los techos fríos de las noches agostinas.

Quiero volver a ver esta ciudad y su mar tan brillante como un recluso mira su hogar después de 5 años por matar. Lleno de rabia y culpa. Lleno de energía y desvelo. Habemus Valpo, damas y caballeros.