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Los anuncios meteorológicos alentaron las perspectivas de levantarnos al día siguiente con un día nevado. En la noche hicimos planes de cómo encararlo. A pesar de que nunca nos poníamos de acuerdo, logramos un transitorio impase de paz, destinamos las tareas para cada uno y dejamos para después alguna pelea latente.

La mañana despertó de un blanco inmaculado que nos hacía soñar con alocadas aventuras; y en atrevidos riesgos, no desparramábamos por el campo montado de cualquier cosa que nos trasladara lejos de otras realidades.

Descendíamos por las orillas elevadas de la acequias, haciéndonos tirar por nuestro obediente perro policía quien sacando pecho, dejaba un hálito blanco de vapor y esfuerzo. Todo servía para reír y ser felices: el fuentón de lavar de mi madre reteniéndonos adentro, todos doblados agarrados de las manijas yendo a donde éste quisiera llevarnos; después, girando incontrolable, terminaba donde no queríamos. En la cubierta del camión, sentados en ella, viajábamos soplados de vientos por entre las acacias, siempre a punto de estrellarnos.

Día de nieve, de bufandas de color, de rojas narices y de regordetes y fríos muñecos con nariz de zanahoria y ojos de rodajas de papas, de chaleco y cualquier sombrero. Felices muñecos esperando por nosotros un toque más de algún detalle olvidado.

Con anticipación, como hacíamos cada invierno, habíamos traído trampas de madera de la fábrica, y munido de fuerte hilo teníamos las tramperas de antemano preparadas. Bien abrigados y robustamente desayunados, nos abocamos a la tarea de atrapar gorriones, odiosos tordos, palomitas torcazas y alguna buchona, propiedad de algún vecino. Todo se hacía con la promesa de mi madre de hacernos polenta con pajaritos.

Con una tablita limpiábamos la nieve de un prudente espacio en el suelo donde dejábamos alpiste, maíz molido y todo cuanto encontráramos. Desde un lugar estratégico, donde no se nos viera, accionábamos el hilo, arrastrando la traba que sostenía elevada la trampa. Más tarde, venia lo peor: levantarla sin que se nos volaran las presas. Arduo trabajo, siempre a punto de fracasar. No daban abasto las manos entrometidas que peleaban por cosechar el fruto de nuestra inventiva. El agua ya caliente esperaba por las emplumadas víctimas. Limpias y pasadas por sal, terminaban aromando cada rincón de la casa.

Días después de la fiesta que tiñera de blanco los techos y las guardillas, los corrales y el campo todo, planicie inmensurable en donde se perdía por instantes el lejano horizonte, ya sin excusas, regresábamos al cole. Sin lastima ni arrepentimiento, juntábamos lo necesario para un abundante almuerzo, todo se hacía sin pensar en la hora en que debíamos partir. Los micros de la ciudad se abstenían de entrar por los riegos del camino, alargando un merecido franco de actividades que aprovechábamos con la total libertad de los sentidos.

Reunión de amigos pateando los últimos copos de escarchada y resbaladiza nieve que sobrevivía en las sombras de los álamos y las paredes, con lo que hacíamos duras municiones que volaban por el aire buscando en las esquivas y cabreras pibas, su mejor objetivo. Accionar que siempre terminaba en bronca cuando un sobresaltado alcahuete, salía en defensa del género más débil haciéndose el lindo, motivo de cargada y pasajeros enojos.

Patio de troyana y bolitas suspendidas por el barro, nos invitaban a exagerar y mentir un cachito. Sólo para no perder la costumbre, exagerábamos cuando contábamos nuestras aventuras del paso fugaz de un día de nieve. Acurrucados en el patio, alrededor de un fuego de empobrecidas llamas, dejábamos pasar el recreo escuchándonos uno a los otros con ese “Ahhh”, signo de admiración que elevaba a epopéyicas, cualquier pelotudes ansiosamente contada, acarreando postreras y sumadas mentirillas, siempre consecuentemente perdonadas y a medio creer.

No todo seguiría siendo una fiesta, después de aquel día vendrían reprimendas y enojos por parte de mi viejo que regresaba de un viaje de trabajo. Llegó a casa y no faltó alguna bocaza que lo puso al tanto de lo ocurrido. Actos y ocurrencias de nosotros que mi viejo deploraba. Aquel día no dijo nada, pero su enojo se hacía notar.

Una tarde llegó al patio donde los más chicos jugábamos a las figuritas, lo vimos y nos pusimos de pie. Traía en sus manos dos pichoncitos de torcaza medio desplumados y desvalidos, extendió sus manos y no los ofreció. Fui uno de los que tenía frente a mí a un pichoncito contemplándome con sus ojos cristalinos. Temblando, parecía caerse de mis manos. Sin saber qué hacer pregunté a mi padre el siguiente paso, me miró serio y de frente, como él lo hacía, solo murmuró.
- Ahora, ¡mátalo!
No dije nada, lloré. Retiró el pichoncito de mis manos y se fue dejándonos solos. Ese día no jugamos más a las figuritas. La tarde la pasamos calentado trapitos, dándole calor, acurrucados en una caja de zapatos, a los pichones de torcaza.

Por temor y respeto no me atreví a contestarle a mi viejo, haciéndole recordar cuando él nos alentaba a travesuras, contando similares historias allá en el tiempo. Callé, cuando lo recordé diciéndome.
- La vida, como los años, son viejos milagros del alma de los que el hombre aprende.

Texto agregado el 03-07-2017, y leído por 450 visitantes. (26 votos)


Lectores Opinan
03-12-2018 aaaaaaaah!!!!! rolo, como se te extraña. yosoyasi
27-07-2017 la nostalgia, lo sensillo, la felicdad siempre va unido a la niñes; cuando sos adolescentes te empezás a torcer un poco; y cuando llegas a los 20-24 mirás para atrás y ves y añoras tu niñes.... lorogrande
16-07-2017 Gracias por invitarme, volver a mi infancia, ahora, la siento con un dulce en la boca. Me gustó de principio a fin. marciela
09-07-2017 Si "Todo se hacía con la promesa de mi madre de hacernos polenta con pajaritos." No comprendo el enojo de tu padre respecto a la caza de los pajaritos. Era una cuestión cultural usarlos como alimentos, contando con la complacencia de tu madre. Es cierto que los hábitos cambian. -preciosa-
09-07-2017 Tremenda lección la de tu padre. Un relato que sería encantador de no transitar por la tristeza a la que me mueve cualquier acto de crueldad aunque sea por ignorancia infantil. Un beso. MujerDiosa
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