Y la vida siguió
como siguen las cosas que no tienen mucho sentido,
una vez me contó
un amigo en común, que la vio
donde habita el olvido.
(Joaquin Sabina)
El Flaco empujo hacia atrás, con la espalda y la silla levantó sus patas anteriores y se inclinó lentamente hasta tocar la pared. Ahí quedo apoyado, como en un sillón playero. Manteniendo el equilibrio.
Luego miró como si pensara, con los ojos perdidos y le dio la última pitada al cigarrito, el humo al entrar en la boca le picó en la punta de la lengua pero chupó largo y profundo hasta terminarlo.
Después, en un aspaviento de precisión lo tiró junto a un soplido blanco, a un chorro de humo, que le salía entre los labios fruncidos haciendo ruido. El faso pasó limpito por la ventana que da a la calle que estaba apenas abierta.
Fue un rápido movimiento de magia del dedo pulgar entre el índice y el medio, como al arrojar una bolita y el pequeño obús quemante voló marcando el aire tal bala trazadora en la noche, rozó la cabeza de Carucha que sentado frente a él pegó un respingo.
Turbó la ojeada, mimetizó la cara con un “¿ que hacés boludo? ”.
La colilla aun no había tocado las baldosas de la vereda del buffet cuando el Flaco aflojó los músculos del cuello un poco para adelante y la silla sin hacer ruido se volvió nuevamente en cámara lenta hasta apoyar sus cuatro patas en el suelo.
- No al peronismo si no lo viviste, si no lo mamaste con el General en vida, si no sufriste la época del exilio, de la proscripción, es muy difícil que puedas sentirlo, que se te meta en la piel. Dijo.
Y siguió, ahora bajando un poco la voz.
- ¡Te lo pueden contar, pero no es lo mismo!
Carucha seguía molesto por cerca que le paso el puchazo encendido y fisgoneaba al Flaco con fastidio.
- Es imposible que te aparezca ese amor que te enceguece, que te llena el pecho, cuando escuchas la marcha.
Respiró.
- Es imposible contar un sentimiento así, de otros tiempos, a alguien que no cree en nada, que no entiende la lealtad de sentirse “compañero”.
Se apiadó.
- ¡Ya se papá!... estás salvado! , el embrutecimiento es lo más cercano a la inocencia...
Al Flaco se le fueron los ojos tras un culo, que dentro de un vaquero blanco transformó la vereda en un paraíso. Parecía hecho en Disneylandia. Subía y bajaba perfecto según los movimientos de los pies que lo desplazaban. Daban ganas de quedarse jugando con él toda la vida.
Lo miro a Carucha mientras le acercaba cómplice la cabeza por sobre la mesa, para interrogarlo, sin que nadie lo escuchara:
- ¿Le mandarías fruta?
Carucha continuaba ejerciendo su facie de pelotudo. Pero miro por la ventana y haciendo alarde de su apetito descomunal por el placer visual, arqueó los labios como diciendo -¡que se yo...!
- ¿Me seguís...?, tendrías que nacer de nuevo para interpretarlo.
Doctrinaba el Flaco sin menguar getoneo.
Un ruido, un estallido sobre la formica los hizo mirar hacia la barra. Era el Gordo que trataba de acribillar dos moscas que volaban encimadas, fifando, con una salva de rejillazos salvajes, asesinos.
Después revisaba el trapo dándole pequeñas sacudidas en el aire, buscando ver caer los cadáveres, con los ojos medio bizcos y mordiéndose la lengua.
Fue entonces cuando la conversación dejó de vagar por una superficie plana, diáfana, como el césped cuidadito bien cortado de una cancha en serio de un estadio profesional.
Para hacerlo por el piso desparejo, agreste, con algún mogote de yuyos en el medio de un potrero improvisado, de suburbio.
-¡Lo que pasa es que vos no te enamoraste de la mujer equivocada!
Dijo Carucha con la mirada fija en el perchero vacío con los ojos impregnados por la angustia.
Una tierna rabia le corrió por el pecho y le fue bajando como un vacío doloroso hasta un poco mas arriba del ombligo, una angustia que no lo dejaba estar quieto en la silla.
Evidentemente no escuchó una sola palabra de la disertación del Flaco y hablaba como los tipos a los que no les interesa vivir.
La tarde se puso tan incomoda, tan difícil que no había lugar donde esconderla, no entraba ni de canto por las rendijas y no había un lugar donde esconderla.
El rostro apático de Abel Patuzzo, el Flaco, el temerario del amor, el que se las sabia todas pero siempre lo encontrabas solo como un perro en la mesa del café o en la tribuna y que a los cincuenta y pico todavía vivía con la madre, daba la impresión de cuestionarse hasta los gestos.
No encontraba como enfrentar la ternura y la verdad de esa frase cortita pero terminante.
Como cuando te cobran un penal en contra y vos sabes que es penal, no tenés dudas, pero algo tenés que decir. Hablar. Algo para complicar el momento, un exceso sobre lo deportivo.
Los amantes del fobal, como los amantes en general, siempre exageran, pensó.
No se si de la radio, o habían puesto un disco, pero en el aire apareció Calamaro con su voz reventada, sensible y amiga.
Carucha fijo la oreja hacia el lado que apuntaban los parlantes, conocía el tema de memoria, así que acompañó la introducción con un gemido perruno y un tannnntun tun... tannn tun tun..., imitando la batería, hasta que Andresito arrancó con:
“Flaca, no me claves, tus puñales, por la espalda,/ tan profundo, no me duelen, no me hacen mal./ lejos en el centro de la tierra,/ las raíces del amor donde estaban quedaran...”.
Los puñales no solo le dolían, lo desangraban, lo acribillaban, lo tenían medio muerto y le era imposible aguantarlos clavados en la espalda o donde sea.
El dolor lo hacia llorar y el dolor era en el corazón, donde más se siente.
Sabia que las raíces del amor le habían quedado a él, pero estaban repodridas, infectadas por la decepción y agarradas muy profundamente a su pobre alma románticamente boluda.
Los engaños sexuales hieren mucho más que el acero inoxidable de los tramontina.
No sabía por que las putas que te engañan y abandonan, son cada vez más hermosas y deseables en el recuerdo.
- ¿No te creas Flaco? - Siguió como hablando solo - Que yo se bien todo lo que se dijo..., y todavía se dice de esto!
Respiro profundamente buscando el aliento de una hinchada que no tenía.
-¿De que soy un boludo? ¿un inmaduro?, que una trola como esa me hace el jueguito y yo me ensarto y me meto como un pendejo... Inquirió.
-¡No dándole bola a nadie!, no importándome nada..., ni los consejos de los mejores amigos que tengo,... que son ustedes y vos más que nadie...
Una parte de su cara ya era la mímica del llanto.
-Si,¡ soy un boludo!, pero vos bien sabes como yo siento estas cosas, ¿no se por que la belleza se las agarra conmigo? y me mantiene atado y no puedo decir que no...
Abrió los brazos y flexionó los codos apoyándose las palmas de ambas manos en la nuca, como sosteniéndose.
- ¡Y lo único que camina por mi cabeza son sus tetas!, el movimiento de su pelo cuando se lo saca de la cara, la lisura de esa espalda cuando le bajo la mano hasta metérsela en la entrepierna y dejarla...
- ¿Porqué vivo en un estado de fornicidio constante?, es como una enfermedad divina que no quiero curarme nunca, ¿o, no?
El tiempo pasaba como en esos partidos de visitante que te tienen en un arco. Que no sabes que hacer para sacarla del área, tratas de mantener el cero a cero pero los minutos parecen durar dos días.
En su rostro podía leerse cada uno de los días despreciables de su vida y no aparecía a simple vista ningúno de los felices, de los alegres.
Y de que nada va a volver a ser igual, que ya todo es otra cosa.
Todo pasaba a ser del color del pesimismo del recién dejado.
Del insoportable momento del atardecer cuando todavía no se encienden las luces de las calles y todo parece engañoso, borroneado.
Y que la vida real comenzará de nuevo no bien las luces estén prendidas a pleno.
- ¡Siempre que nos enamoramos nos estamos equivocando hermanito!
Sentenció Abel Patuzzo, inundando el momento con su normal hipocresía, en actitud de tener todo dominado.
Tratando de armar en su cara un gesto que por lo menos demostrara abatimiento.
- Este tema, lo teníamos que hablar en serio algún día!
- ¡En serio!. Lo cortó con un grito Carucha.
- ¿Vos te pensás que para mi alguna vez fue una joda?, yo no soy como vos flaquito, yo no me las tiro de langa y al final terminas siendo un salvavidas...
El flaco hizo una mueca de -¿que carajo estas diciendo?, y juntó la yema de los cinco dedos de las manos.
-¡Si, un salvavidas!, le salvas la vida a todos esos vejestorios repugnantes que te volteas, que si no fuera por eso se suicidarían...
- En cambio yo, le meto pasión, le meto energía a todo y me enamoro como un loco..., lo mismo que me pasa con el fobal...- Ahora ya estaba como pipa.
-!Y sabes bien que los amores no se imponen, ni tampoco se eligen!, te aparecen, ... y cuando menos los esperás, los tenes encima...
- Es como un fulbaso que cae llovido en el área... y después de un rebote fortuito, de culo, que le pega en la espalda a un rival, te queda de pechito con todo el arco para vos -¿y vos que haces? Interrogó.
- ¿Mirás para otro lado?, fingís que le errás la patada... -Carucha suspiro nostálgico y siguió respirando entrecortado.
- No hermanito, ahí es donde está la pasión y le pones un zapatazo que tratás de meterla con arquero y todo, ¿o no?
Al Flaco no le salían palabras, pero le dijo que si con un murmullo mientras levantaba las cejas.
- ¡A mi edad ya tendría que haber aprendido a manejarme con las minas!
- ...
- Pero, uno en esta vida vive aprendiendo todos los días de las cagadas que se manda.
Encendió un cigarrillo y después de la primer pitada se exprimió el labio inferior con los dedos, como para sacarle jugo.
Le latían en el alma los recuerdos haciéndole temblar las manos al agarrar el vasito de soda y llevárselo a los labios.
Él líquido hormigueante se le mezclaba con las lágrimas que tragaba sin saberlo.
Lloraba para adentro. Cerrando los ojos se le juntan como en un sueño la voz de ella, rogándole:
- Hacéme lo que vos quieras.
Con la imagen, el olor de su cuerpo entre las manos y el misterio constante de saber si la hacia gozar.
La innegable duda de que aveces fingía, o siempre, pero con la remota seguridad que sus gemidos eran legítimos. Ella, siempre ella en la cabeza.
Hacedora de este infierno.
Quedó un rato en silencio, un espacio no largo, larguísimo.
La tarde jugó con el calor de la vereda. El sol lentamente comenzó a lamer parte de la mesa y un charco de luz alcanzó el piso del barcito.
Se apretó con dos dedos la parte superior de la nariz entre los ojos que cerraba con fuerza. El Flaco no se atrevió a moverlo de su trance.
Se iba a arrancar la cara.
- La misión de los amantes es no durar mucho!, no eternizarse, por que si dura más de lo debido entonces se acaba la gracia, y empiezan los sufrimientos y vienen las tragedias.
Se estaba mirando para adentro. Se daba vuelta como una media y era como una puteada.
- Yo esto lo sabía y lo sé...
- ¿Pero cómo haces para dejarla?, para no volver cada vez que te mira, cada vez que sentís su olor a hembra cerca.
En el bar no se escuchaba un susurro.
Carucha había hecho una serpentina con el papelito de los fasos enroscándoselo en un dedo y con las uñas golpeaba la formica.
- ¿Que me cagó?, si, ¿o a vos nunca te cagó una mina?
Y repitió el redoble de uñas sobre la mesa.
- ¿Y que estoy hecho mierda?
- Si,¿ o no se me nota?, como carajo querés que este ...- Gritó.
- ¿De joda?
Inspiró tres veces profundamente por la nariz, haciendo sonar un poquito la humedad que se le iba juntando. Parecía resfriado o con alergia. Luego sacó los ojos de la tarde que pasaba por la calle y buscó los del Flaco como suplicando.
- Lo más difícil, lo imposible es que creo que no puedo volver a ser el mismo tipo que era antes de comenzar con esta historia, que ya nada es igual, que siempre me encuentro con ella en el medio...
- ¡Que no me la puedo sacar del balero...!
- ¡Es como errar un gol hecho!, que solo tenés que empujarla, pero como un boludo la tirás por arriba del travesaño y que después de calentura no podés ni dormir, ...bueno, eso es lo que me pasa.
Apagó el cigarrillo con fuerza contra el cenicero, como queriendo pasarlo para el otro lado, como terminando con algo definitivamente, como si fuera el último pucho que fumaba en su vida.
Una sonrisa triste se le dibujo en los labios, a la vez que le pegaba una cachetada suave en el hombro al Flaco.
- ¡Tampoco ahora me interesa volver a tenerla!
Suspiró logrando poner en su cara algo parecido a la alegría.
- Seria como robar algo que antes era mío, y ahora no encuentro el espacio donde guardarlo, perdí la pasión flaquito...
Daba la impresión de estar tranquilo, relajado.
Era un espejo de agua un día sin viento. Y en su transparencia se veían las piedras del fondo.
Se fue parando como para irse, pero quedo con las palmas de sus manos apoyadas en la formica, una a cada lado de la tacita de café vacía.
- Es como ganar un partido con un gol en contra muy boludo. - Siguió.
- Por una torpeza increíble del arquero rival que se hace el gol solo,¿ lo ganás?, si lo ganás..., ¿pero de que te sirve un triunfo así?
- No lo podes disfrutar como uno quiere, como uno siente, es una victoria inútil, ... para el alma!
Empinó el vaso vacío, por reflejo. Ni una mísera gota se deslizó del fondo.
Igual se relamió como si le hubiera quedado un traguito.
((1991)
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