Júbilo infantil
Emmanuel, un bebé de ocho meses, fue dejado en la casa de sus abuelos paternos durante 15 días, período en el que sus padres permanecieron fuera del país en un viaje de negocios.
El niño, acostumbrado a visitar ese hogar, no varió en nada su rutina: comía, dormía y jugaba sin que, aparentemente, echara de menos los cuidados de sus progenitores y sus abuelitos comentaban entre sí la "apatía" del pequeño.
--Es natural, -insistía el abuelo- a esa edad, viendo a diario tanta gente: la nana, los tíos, los primos, los vecinos y nosotros, no tiene conciencia de quién es quién ni sabe de apegos ni cariños.
Los días pasaron rápidamente y llegó la fecha del regreso.
Esa tarde, como acostumbraba, la abuela paseaba al chico en su cochecito en el área verde de los apartamentos, contigua a los estacionamientos. De repente, un auto amarillo, un taxi, penetró al mismo y se estacionó en un lugar cercano a la escalera del edificio.
La abuela, que regresaba con el niño de su habitual paseo vespertino, se acercó curiosa para indagar de quién se trataba, viendo que su hijo y su nuera eran los que se desmontaban del vehículo.
Si su rostro se iluminó de alegría al ver los recién llegados, no menos regocijo mostró Emmanuel al reconocer a sus padres ausentes: sus ojos brillaban de felicidad y sonreía como un loco, mientras extendía sus bracitos mientras intentaba incorporarse de su asiento.
Definitivamente el vínculo de amor entre padres e hijos es hermoso. Esta actitud de júbilo del infante demuestra que realmente niños y padres están ligados de por vida por el sagrado vinculo del amor filial.
Alberto Vásquez.
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