Odio a mi padre y a mi madre. Tengo tres hermanos en esta isla, donde estamos atendiendo todo el tiempo a huéspedes de toda calaña. Hay un gran pantano donde se mueve constantemente el agua, los camalotes y la vegetación suben desde el fondo.
Mi madre me obliga a tender las camas de los señores y señoras, a airear las habitaciones de los pasajeros, a limpiar con el plumero, lo que no me indica es a hurgar las pertenencias de los mismos, cosa que hago habitualmente. Miro, reviso y me digo para que traen tantas porquerías.
Mis hermanos no hacen nada más que tirarse al sol cual lagartos. Sí , esos son los que se arrastran en los charcos, son nauseabundos, cuando abren sus bocas llenas de dientes, imperturbables a todo, enigmáticas, somnolientas. La podredumbre esta en el fondo, así como mi encono que se reproduce a medida que mi madre me grita;
-¿Ya limpiaste las habitaciones?
-¿Ya cambiaste las sabanas?
Sube mi ira desde adentro, los cocodrilos se arrastran, todo está verde, musgoso húmedo, mojado.
La humedad es altísima a ropa se me pega en el cuerpo, sudo y transpiro odio y agua.
La señora de la habitación seis esta tirada en su cama, la veo desde la ventana con la cortina corrida. Golpeo a la puerta, porque ella debería estar en otro lado, tal vez.
Me abre la puerta semidesnuda, lujuriosa y ve a un chiquillo de unos nueve años con un plumero en la mano…
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